Llego a la Navidad con la fortuna de haber reconocido una vez más esas redes normalmente invisibles de confianza que nos unen a personas extraordinarias y normales al mismo tiempo.
Personas que transmiten luz, que aportan paz, personas de las que no nos queremos separar, que hacen que la vida tenga sentido a pesar de lo mal que va todo y de lo incapaces que nos sentimos a la hora de encontrar y sostener soluciones a los problemas de nuestro mundo.
Personas que permiten construir confianza en lo micro cuando la confianza en el nivel macro parece inalcanzable. Como afirma hoy Elisa Beni: Todo en nuestra vida depende de la confianza. Aunque no reparemos en ello, nuestro día a día es un devenir confiado en los demás sin el que no podríamos sobrevivir.
Frecuentemente la confianza se construye con el tiempo. Vaya, es lo normal. Como un cocido que necesita cuatro horas, no se puede improvisar y nos engañamos cuando pensamos que la vamos a conseguir enseguida.
Otras veces, quizá las menos, sucede el pequeño milagro de la confianza inesperada, como un flash. Conocemos a una persona concreta que transmite algo que no sabemos definir y sentimos una corriente de confianza inmediata. Comi si la hubiéramos tratado de toda la vida.
Y también existe la fractura de la confianza, la traición, que nos sorprende como el pinchazo de un cuchillo helado. Pero, francamente, a mi no me sale a cuentar contar con ello, aunque reconozco el riesgo. Prefiero mil veces confiar en las personas y de vez en cuando llevarme un chasco, que vivir sospechando de los demás.
En cualquier caso, y aunque suene a mínima consolación en un entorno cada vez más polarizado, irritable y desconfiado, cualquier atisbo de confianza recíproca es oro.
Por eso me siento feliz -de esa felicidad pequeña y modesta- de transitar por redes de confianza. Y por eso, a pesar de todo, le deseo feliz Navidad a esa gente luminosa y confiada que forma parte de mis redes, a quien brindó un homenaje El Arrebato hace dos años. Una canción y un mensaje para recordar.
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