Me ha costado un poco entenderlo, pero llego a la conclusión de que cuando se emprende un proyecto que persigue una causa social en realidad se emprenden dos.

El primer proyecto es el explícito, el noble, el que justifica lo que se va a hacer. Es la contribución misma a la causa social: atenuar, hacer frente o solucionar el problema, reto o necesidad.

El segundo proyecto, en el mejor de los casos, no suele ser explícito y frecuentemente ni siquiera es consciente. Y en el peor de los casos, ni se le considera: tiene que ver con la necesaria cohesión del equipo humano que va a unir esfuerzos y va a vincularse al primer proyecto. Esa cohesión, armonía, madurez, llámala como quieras, es la que garantiza o compromete el primer proyecto, el cual, sin el segundo, puede hacer aguas en dos telediarios.

Creo que me estuve equivocando durante bastante tiempo. Desde un posicionamiento mental rígido, yo conceptualizaba como recursos humanos al colectivo de personas que trabajaban por una causa. Eso representaba asimilarlo simétricamente a los recursos económicos, recursos materiales y recursos organizativos que se requieren para tal fin.  En definitiva, considerar al equipo humano como un medio -muy importante, eso sí- para conseguir el fin.

Pero ahora comprendo que no, que este enfoque no ayuda, porque con él corremos el riesgo de minusvalorar la complejidad y la grandeza de los equipos humanos. Las personas, por el mero hecho de unirse para luchar contra una situación desigual o injusta, no se transforman de repente en seres extraordinarios capaces de superar sin más las dificultades de trabajar en equipos heterogéneos, capaces de aparcar sine die sus necesidades legítimas de promoción personal y profesional, capaces de renunciar a su iniciativa individual.

Las personas que se adhieren a una causa justa suelen ser muy buena gente, personas comprometidas y altruistas. Pero también son seres humanos normales, no son extraordinarios. No son ángeles inmaculados libres de cualquier interés personal. Eso no ocurre.

El “segundo proyecto” requiere otro tratamiento que no es exactamente el de “medio para conseguir el primero”. El crecimiento personal y colectivo de las personas adheridas a la causa constituye un proyecto en sí mismo inseparable del primero. Y es igual de apasionante y éticamente irreprochable.

Eso no significa adquirir la mirada ombliguista y emocionalista del “qué maravillosos somos”, “cuánto nos queremos”, “hay que mimarnos…” Por el contrario, considerar al equipo humano como proyecto ético y social cargado de sentido representa pensar en clave de maduración, no de infantilización. Y ya sabemos que madurar no siempre es cómodo, la verdad.

A veces se tarda un poco en ver las cosas con claridad.

La foto que ilustra esta entrada pertenece al banco de fotos que ofrece la Fundación Arrels.

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