Parece mentira, pero cuando yo tenía más o menos 11 años, en mi colegio de monjas todas deseábamos llegar a los 13 porque era la edad en que nos estaba permitido arrinconar los calcetines blancos del uniforme y ponernos medias… ¡vaya progreso!

Ciertamente yo veía a las chicas de esa edad privilegiada como mujeres adultas; a sus madres, que probablemente tenían unos cuarenta y pocos, talmente como ancianas y a las mujeres de sesenta años ni te cuento… ¡prácticamente con un pie en la tumba!

Ese recuerdo siempre me provoca la certeza de que todo tiempo pasado fue peor. Según los estándares de la época de mi infancia, a día de hoy yo estaría recluída en mi casa, llena de achaques y visitando el centro de salud cada semana.

Hace una semana cayó en mis manos Juveniles septuageniarios, un artículo de Jordi Juan, director de La Vanguardia y, casi al mismo tiempo, llegaba a mi casa la última revista de eldiario.es, un espléndido monográfico sobre La revolución de los viejos. ¡Qué casualidad!

Me dió mucho que pensar la constatación con la que arrancaba el artículo: Unos investigadores fineses han elaborado un estudio que confirma científicamente una evidencia que hace tiempo que veíamos en nuestra vida corriente: el estado general de los mayores de entre 70 y 80 años actuales es mucho mejor que el que tenía esta franja de edad hace diez años.

¿Solo diez años? ¡Solo diez años quiere decir en el 2011! Es increíble…

La investigación citaba como factores determinantes la mejora en la alimentación, en el ejercicio físico y en la sanidad. Estoy convencida de ello porque, en mi vida cotidiana, mis amigas se acercan o superan los 70, están activas, tienen otros intereses además de su familia, practican deporte y cuidan lo que comen. No es que nos parezcamos a las mujeres de cuarenta años de los años sesenta, ¡es que las mejoramos sobradamente!.

No tengo evidencia científica, pero intuyo que funciona en nuestro caso un factor protector de la salud física y mental, al que llamaría cafeterapia. Por favor, que alguien lo estudie seriamente, porque lo que yo pienso es pura opinología y con eso no hay bastante.

Cafeterapia es lo que hacemos en el grupo de sesentonas-setentonas-ochentonas que nos encontramos a desayunar a las ocho y media de la mañana de todos los viernes: charlamos, reíemos, lloramos, nos pasamos muchísima información, nos divertimos, nos preocupamos y nos apoyamos juntas.

Nos tenemos. Y ese tenerse incondicional que es la amistad nos mantiene en forma, más allá de la alimentación, del ejercicio físico o del acceso a nuestra preciada sanidad pública.

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