Primer día: intento del pico oriental de la Peña Foratata. Al pico occidental ya habíamos subido el año pasado, pero nos apetecía el oriental, más alto y más difícil. Un paso de IV grado y poco más, decían las reseñas.

Pues no. No pudimos superar el bloque empotrado en la pequeña canal. No veíamos la manera de subir, la roca nos resultaba inestable, los posibles anclajes inalcanzables… Media vuelta, en un día espléndido y solitario.

Segundo día (el primero era el entrenamiento): a por la arista Peyreget del Petit Pic del Midi d’Ossau. Que si una clásica, que si asequible…

Al principio se trataba de enlazar el Petit Pic y el Gran Pic, y bajar por la ruta normal, que de normal no tiene nada, aunque por lo menos ya la conocíamos.

Fuimos rebajando objetivos a medida que avanzaba la jornada: hacia las 10 de la mañana  decidimos que “sólo” subiríamos y bajaríamos el Petit Pic, y gracias. Cargados con toda la ferretería de escalada, continuamos inasequibles al desaliento.

Tres horas más tarde comprendimos  que no llegaríamos ilesos a la cima o, en caso de llegar, habríamos agotado las fuerzas para asumir el descenso con un mínimo de seguridad. Media vuelta otra vez. La segunda en dos días.

La montaña tiene estas cosas. Te recuerda, aunque no quieras, quién eres, dónde y cómo estás. Oímos claramente su voz durante el regreso:  “no te has entrenado lo suficiente este invierno” y “tienes casi sesenta años”. Todo verdad.

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