El otro día estaba leyendo el blog de Dolors Reig, y tropecé con Internet, nativos digitales y culturas participativas, nuevas aproximaciones, un artículo interesantísimo sobre cómo las TIC están transformando la manera de aprender y de relacionarse de los niños y niñas.

Poco antes, mi amigo Ladis me comentaba que su hija de ocho años ya ni siquiera busca información en el google (¡lo tiene “superado”!),  sino que va directamente a bajársela del youtube.

Creo que los adultos “inmigrantes digitales” probablemente no podemos calibrar el alcance del cambio que está ocurriendo, y que también nos afecta. Me temo que somos muchos los que no nos atrevemos a hacer balance de lo positivo y lo negativo. Además, la nostalgia está bastante mal vista en según qué entornos.

Una, que es optimista de naturaleza, tiende a pensar que el cambio producido por las TIC es mucho más positivo que negativo. Pero me preocupa que los gurús de las TIC parecen prestar poca atención a los riesgos reales y concretos que pueden tener los niños y niñas  en este momento.

Me refiero, entre otras cosas, a la sobreinformación que mezcla lo banal con lo importante, a la difuminación de la intimidad, al mercado “total” que se desliza como una seda por las autopistas de la información. Los niños y niñas del siglo 21 sin duda pueden ser más listos y más sabios con el empuje imparable de las TIC, pero reconozacamos que, a pesar de ello, son vulnerables.

Por esto es extraordinariamente útil la iniciativa educativa de Pantallas Amigas, un banco de recursos para aprovechar a fondo todo lo bueno de las TIC y al mismo tiempo reforzar el autocontrol y la astucia para navegar con seguridad y despojarse del inocentismo, el enemigo simpático de la inteligencia.

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