El viernes estuve en el concierto del Cor Vivaldi a beneficio de JAL, la ONG que actúa en la India con familias afectadas por la lepra.
Fue, probablemente, el concierto más sorprendente que he disfrutado, organizado en torno a la música que interpretaban los prisioneros de los campos de concentración durante la Segunda Guerra Mundial, muchas veces de manera clandestina y arriesgando sus vidas.
Por ello el concierto se llama Les veus dels camps del silenci, las voces de los campos del silencio.
Dos grandes pantallas iban desgranando imágenes de desolación, mientras en el escenario los niños y niñas ofrecían canciones de cuna, de Bach, el bolero de Ravel e incluso canciones picarescas… el repertorio con el cual los prisioneros afrontaban su destino.
Voces extraordinarias y extraordinaria dirección a cargo de Oscar Boada, creador del coro.
En su página web, el coro se plantea: ¿Puede la música vencer el miedo, el hambre, la desesperación, el terror? Dicho de otra forma: ¿Podemos pensar en música cuando nos falta lo más esencial?
¡Una buena pregunta! Cuatro voces la responden: la del Cor Vivaldi, la de los prisioneros, la de la asociación de voluntarios de la Caixa que organizó el concierto y la de los niños y niñas del barrio de Dubrapayet, en Pondicherry.
En este barrio mi amiga Montse Pérez, dermatóloga especializada en enfermedades derivadas de la pobreza, emprendedora, deportista e impulsora de JAL, abrió hace años un lugar para la esperanza, desplazando el silencio.
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