¿Qué impulsa a una persona a perseguir una criatura para darle muerte en el patio de la escuela? ¿Y manifestar cuánto placer le produce matar y lo que lamenta no haber podido asesinar todavía a más niños?
Queremos pensar que esta persona está loca. ¡Nadie en su sano juicio puede ser capaz de hacer una cosa así! Hay que haber perdido la cabeza, estar mentalmente enferma.
En la desazón que nos provoca interpretar esta clase de atrocidades, preferimos la locura a la maldad. Queremos que la maldad no exista, porque nos resulta insoportable e inexplicable. Y, sin embargo…
La noticia de los asesinatos de Toulouse me han traído a la memoria una película espléndida sobre la maldad: En el Valle de Elah. En ella un padre, interpretado por el siempre magnífico Tommy Lee Jones, sale a la búsqueda de su hijo soldado, desaparecido en Irak.
Lo que encuentra le desmonta su patriotismo y sus valores, le muestra cómo la maldad había atrapado a su hijo de la manera más descarnada, en total ausencia del sentido del bien y del mal.
Se me quedó grabado el rostro de Tommy Lee Jones cuando finalmente desvela las monstruosas acciones de su hijo y sus amigos.
Me gustaría creer que no hay personas malas, sino enfermas. Pero no puedo. La maldad existe, me guste o no.
Consuela pensar que, contra todo pronóstico, David derrotó a Goliath en el valle de Elah.
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