Como todavía no tiene edad para jugar al continental, al póker o al mentiroso (advertencia por si acaso: frase en tono de ironía), cuando juego con mi nieta intento al menos que el juego me divierta también a mí, quiero decir que no sea sólo un esforzarme en quedar bien como abuela.
Afortunadamente, a mí me gusta jugar a casi cualquier cosa, pero me satisfacen más unos juegos que otros. Voy a contar uno que hemos empezado a disfrutar hace poco: Es el juego de Kim tacto (simplificado para tres años, claro).
Los juegos de Kim son un clásico en la educación en el tiempo libre. Son juegos de observación que ponen en guardia a los sentidos (vista, tacto, oído, olfato…) y que se inspiran en un personaje de Rudyard Kipling, que a su vez inspiró a Baden Powell, creador del movimiento scout.
El juego de Kim tacto, en concreto, consiste en identificar con los ojos tapados y por el tacto una serie de objetos. Esos objetos pueden haber sido observados previamente o no.
Tengo muchas anécdotas sobre este juego. La más curiosa fue con niños y niñas de 6 a 8 años. Yo les había mostrado previamente, durante 30 segundos, una mesa con una docena de objetos “naturales”: piñas, palitos, piedras, hojas secas, bellotas, trocitos de musgo…) y luego había tapado la mesa con un mantel opaco.
Bueno, pues una niña normalmente espabilada, sin ninguna disminución observable, con los ojos tapados con un pañuelo, al ponerle en las manos un puñado de hojas secas (que las había visto antes, repito) no dudó en identificarlas como “papel de plata”. ¿Interpretación?
- No miraba ni atendía cuando les mostré todos los objetos destapados.
- En su vida había cogido un puñado de hojarasca.
- Tenía ganas de tomarme el pelo o desafiarme.
¡Casi prefiero que la interpretación correcta sea la “c”!
Pues tengo otra anécdota, ésta con una estudiante de 19 años. Estábamos haciendo un ejercicio de improvisación oral. La dinámica era la misma, sólo que ella, en lugar de decir el nombre del objeto en voz alta, tenía que improvisar una historia corta dónde en algún momento apareciera el objeto. Le puse en las manos una patata. No adivinó lo que era y no pudo improvisar. Sus compañeros se rieron bastante, ella no tanto. En fin…
En cambio, otro estudiante de otro curso, con el que repetí el ejercicio poniéndole una caracola en las manos, aunque no supo qué era, se inventó una historia en que el hilo argumental era una situación de desconcierto como la que él vivía en aquel momento. ¡Todos aplaudimos su inventiva! A eso se le llama salir airoso de un apuro.
Bien, pues volviendo a mi nieta. A los tres años hay que adaptar este juego. Yo lo hago de la siguiente manera:
- Primero soy yo la que se tapa los ojos con un buff (también se le llama “braga” pero francamente este término no me gusta). Es mejor que la persona adulta sea la primera en taparse los ojos, así entiende mejor la dinámica del juego y no le causa ansiedad. Además, eso a mi nieta, que tiene su puntito de maldad, ya le gusta verme un poco indefensa.
- Le pido que me ponga un objeto en las manos.
- Ella corre a su habitación y toma, por ejemplo, un lápiz. Me lo pone en las manos y yo hago como que no adivino, diciendo cosas un poco absurdas… ¿Es un elefantito pequeño? ¿Es una pelota?
- Ella se ríe y, cuando hago ver que acierto ¡Es un lápiz! Se pone de lo más contenta.
- ¡Ahora te toca a ti! le digo. Puesto que ha visto cómo yo me tapaba los ojos, ella también lo hace sin problemas.
- Le pongo algo fácil en las manos, por ejemplo, una zanahoria fresquita de la nevera.
- Enseguida lo adivina. Y las dos aplaudimos.
- Vamos alternando, ahora tú, ahora yo, hasta tres veces como mucho. No hay que abusar.
A este paso, he calculado que a los 8 años puedo enseñarle a jugar a un póker simplificado. Ya iré contando.
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