La evaluación de proyectos es un fantástico ejercicio de equilibrio. Lo constatamos ayer en el seminario para evaluadores organizado por el ICE de la Universidad de Barcelona a petición de las entidades que movemos los Premios Aprendizaje-Servicio.

Como nuestra intención es difundir el aprendizaje-servicio, sería un error poner las cosas difíciles, complejas, que frenen o limiten el entusiasmo de los educadores. Pero, al mismo tiempo, hay que intentar ser claros y rigurosos y evitar el “todo vale” con la excusa de facilitar el camino.

Por ejemplo, a la hora de establecer el guión de presentación de los proyectos ¿hay que pedir una información pormenorizada o más bien ese requerimiento sería disuasorio -y por tanto, contraproducente-  para la persona que redacta y agobiante para quien lo tiene que evaluar?

¿Y que hacer con los proyectos que son buenos pero están rematadamente mal redactados? ¿Hay que priorizar los buenos proyectos aunque de tan mal explicados sea imposible defenderlos y difundirlos?

Ayer 30 personas intentamos encontrar el equilibrio, con honestidad y voluntad de empatizar con los educadores que merecen todos los premios del mundo.

Próximamente convocaremos los Premios Aprendizaje-Servicio 2017 y tenemos claro cual es el sentido que tienen:

  • Reconocer la labor de los educadores, centros educativos y entidades sociales que promueven el aprendizaje-servicio.
  • Dar voz y protagonismo a los niños, niñas y jóvenes comprometidos, en particular a aquellos con menores oportunidades.
  • Expandir esta metodología educativa.

La evaluación ha de servir para avanzar. Y eso significa poner en valor muchas cosas que no se pueden cuantificar… y, al mismo tiempo, ir con cuidado en no caer en la falta de objetividad. Un complicado equilibrio.

 

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