El tesoro que escondía la educación, como nos reveló Jacques Delors en el informe d ela Unesco de 1996, se aguantaba en cuatro pilares que rápidamente se hicieron famosos: el aprender a saber, a hacer, a ser y a vivir juntos.

En aquel momento, su informe enfocaba un concepto holístico y humanista de la educación, en contraposición a la educación academicista, obsesionada con la transmisión de conocimientos.

Vuelvo de la presentación del nuevo informe  de la Unesco, Repensar la Educación: Hacia un bien común mundial?  y la verdad es que me alegro de oir cómo todavía se sostienen y se reivindican esos pilares, reinterpretados bajo la mirada del siglo 21.

Si en el siglo 20 había que luchar contra el academicismo, en el momento actual a la educación le toca enfrentarse también a otros peligros, en particular, las profundas desigualdades educativas; la sumisión ciega al mercado de trabajo y la dificultad para procesar y seleccionar la información en un mundo absolutamente interconectado.

Necesitamos, pues, volver a confiar en los cuatro pilares de la educación y no bajar la guardia en su defensa como bien común, tal como reivindica el informe en sus últimas páginas:

La noción de la educación como bien común reafirma la dimensión colectiva de la educación como una empresa social compartida: responsabilidad compartida y compromiso con la solidaridad.

Lo que me preocupa es el interrogante final en el título del libro. ¿Por qué lo han puesto? Si se pone un interrogante es que se albergan dudas, pero el documento no expresa esa incertidumbre.

Lástima que en el acto de presentación de esta tarde no ha habido tiempo para el debate. Esa hubiera sido mi pregunta.

 

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