2012Ayer me caí literalmente dentro del post sobre las 7 cosas que Amalio Rey se lleva del 2012.

Y digo me caí porque me quedé atónita al constatar que buena parte de las experiencias destacadas por Amalio podían ser también las mías.

Me da que pensar bastante lo que cuenta de amansar el caos y hacer que la rutina se convierta en ritmo, porque con tanto bombardeo informativo, tanta sociedad líquida y tanto naufragio, este año he confirmado que vale la pena poner un poco de orden en alguna cosa, ya que el caos invade igualmente sin desearlo.

Entre los pequeños tesoros descubiertos el 2012, adopto inmediatamente las 7 cosas de Amalio, y añado 3 para redondear a 10:

El placer de volver a dar clase, de hacer de seño. Una cosa es dar cursos a maestros, conferencias, ponencias y todo este berenjenal, y otra cosa bien diferente es dar clase a jóvenes. Me encanta y me desafía, porque la gente joven no da tregua ni perdona ambigüedades… ¡me obliga a estar en forma!

Constatar que el dolor afectivo es un tesoro cuando lo aceptas -e incluso lo mimas- hasta que puedes desprenderte de él sin que quede ninguna semilla de rencor. Me ha ocurrido a mí este año con el dolor seco por las amistades perdidas por no poder sostener la mirada, ni la presencia,  sin sentirse incómodas.

El aprender a disfrutar intensamente de los regalos de cada día: las nuevas amistades o las amistades reencontradas, que aparecen como luces en el camino y no te las esperas; los encuentros diarios a las 7 de la mañana con las maravillosas mujeres del gimnasio; el whatsapp por la noche con mi hija; los esquejes de mi monstera, que nunca fallan…

Sería una buena idea inaugurar el rito de reunirnos un grupo de amiguetes a pensar juntos lo que aprendimos durante el año que se acaba. A lo mejor aprendimos cosas parecidas, aunque nuestras vidas y trayectorias profesionales sean distintas… ¡un aprendizaje sobre el aprendizaje!

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