… Lo hicimos feo. Siempre me ha gustado la simplicidad de esta expresión que sobre todo he oído en Colombia. Frecuentemente, con la mejor de las intenciones, estropeamos las cosas.
Pensé en esta frase al conocer la historia de Germán (nombre ficticio), cincuenta y pocos años, amigo nuestro, cuya madre murió a causa de una depresión; cuya única hermana tiene discapacidad intelectual -aunque vive bastante autónomamente con su pareja- y cuyo padre, que es la historia que nos ocupa, padece un proceso diagnosticado de degeneración cognitiva.
Germán trabaja de repartidor y vive con el padre, 83 años, pensionista, que recibe una pensión de 2000 euros, lo cual en principio no está nada mal. Germán es el único cuidador de su padre.
Porque el padre de Germán ya perdió la capacidad de valorar lo que cuestan las cosas y gasta el dinero sin ton ni son. Cuando un electrodoméstico se estropea, compra otro sin pensar en reparar el dañado. Cuando quiere resolver el sabor del agua del grifo, una empresa sin escrúpulos le coloca un carísimo sistema de 6.000 euros que cualquiera de nosotros hubiera rechazado. Cuando los dientes le dan problemas y no le gusta lo que le dice su dentista de toda la vida, pasa por delante de una de esas franquicias dentales y le marean hasta venderle una renovación total de todas las piezas por valor de 20.000 euros. ¡Todavía la está pagando!.
El padre de Germán puede sacar dinero del banco, firmar un contrato de compra y hacer cualquier transacción económica sin saber exactamente el alcance de lo que está haciendo. Lentamente, se está empobreciendo, a merced de cualquier aprovechado que se cruza en su camino y quiere sacarle dinero. No es capaz de valorar lo que le puede hacer daño, no es capaz de protegerse a sí mismo de fraudes y engaños. Y Germán no puede hacer nada, porque encuentra trabas innumerables en la nueva ley que regula estas situaciones.
La Ley 8/2021 de 2 de junio que modifica la antigua ley sobre las medidas de apoyo a las personas con discapacidad nació con el noble propósito de apoyar a las personas con discapacidad en la mejora de su autonomía y el reconocimiento de sus derechos. En este sentido, una de las cosas que elimina esta ley es la figura del tutor, la persona que, en la legislación anterior, tomaba todas las decisiones por las personas con discapacidad sin que tuviera obligación de preguntarles su opinión.
Sin embargo, lo que en muchos casos era un claro abuso de poder, porque el tutor -frecuentemente un familiar- podía aprovecharse de la situación de vulnerabilidad de su tutelado, en otros casos era precisamente esta figura la garantía de que esta persona no cayera en manos de desaprensivos, como los que se están aprovechando del padre de Germán.
Sin duda no es lo mismo una persona con síndrome de Down o una incapacidad física concreta, que una persona con Alzheimer, porque esta enfermedad es progresiva, de manera que la persona afectada cada vez es menos capaz de protegerse a sí misma.
Sé de lo que estoy hablando: mi madre y mi padre padecieron esta enfermedad durante muchos años de su vida, hasta su fallecimiento. Por eso apoyo a la Fundación Pasqual Maragall y por eso el caso de Germán me conmueve y me rebela.
Creo en las buenas intenciones de los redactores de la ley. Pensaban en lo mejor para las personas con discapacidad que ellos tenían in mente. Pero éstas son una parte. Y, en los casos de personas con deterioro cognitivo progresivo, el desamparo es para toda la familia.
Por hacerlo bonito, lo hicimos feo.
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Conozco esa historia. En los pueblos pequeños, nos salva de esos fraudes la solidaridad de los vecinos de siempre. Los hijos de los amigos de toda la vida, la empatía de los que quedan a salvó de tanto aprovechamiento.
Sin duda, es un mal global