A mí lo que me gusta es alimentar a la gente, dice una de las protagonistas del precioso documental La Tierra Asoma. Amayuelas. En Amayuelas a cada campesino le gusta una cosa, a la que se dedica, con la que se compromete y a partir de la cual trabaja en red con otros campesinos.
Unos están por las ovejas, otros por las construcciones bioclimáticas en adobe, otros por el cultivo respetuoso, por el compostaje, por la soberanía alimentaria, por los bancos de semillas o por la apicultura.
Y todos están por compartir, comunicar y contagiar: nada de guettos cerrados, nada de pequeñas arcadias ensimismadas y alejadas del mundanal ruído.
Su modelo de crecimiento es un no querer ser grandes, sino pequeños y numerosos, un crecimiento viral: Se trata de generar muchas amayuelas, no de que la que existe se convierta en gigante.
El documental, obra de Agustí Corominas y Llorenç Torrades, recoge la extraordinaria riqueza del proyecto de Amuayuelas. Un ejemplo del poder de Vía Campesina, el mayor movimiento social del mundo -más de 200 millones de personas adheridas- y, tal vez por la misma razón, uno de los más silenciados.
Frente a tantos discursos apocalípticos (y lamentablemente fundamentados) sobre el estado desastroso del medio ambiente, el discurso de Amayuelas es el de los sueños posibles. Poesía y prosa en estado puro.
Aunque estuve en Amayuelas el año pasado, no he querido perderme esta mañana la proyección del documental en la Facultad de Filosofía. Es mi minúscula transgresión en la vigilia del Barça-Madrid de mañana, porque, como decía Agustí, lo de Amayuelas no deja de ser también un pequeño idilio entre Castilla y Cataluña.
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