Tozudamente, cada tanto tiempo, resurge la cuestión de si el voluntariado está haciéndole el trabajo al Estado o, lo que es lo mismo, si el hecho de mantenerlo o alimentarlo no sería una manera de debilitar lo público.

¿Están los voluntarios sustituyendo lo que deberían hacer profesionales? ¿Está el Estado ahorrándose una pasta a base de promover el voluntariado? ¿Puede la solidaridad ocasionar consecuencias indeseables?

Buenas preguntas, que me recordó hace unos días el podcast Un tema al día, de elDiario.es, en su episodio “La España de los voluntarios”. ¡Debo decir que soy adicta a este estupendo podcast del periodista Juanlu Sánchez!

Bueno, pues estos interrogantes también surgen a veces en las formaciones que hago de aprendizaje-servicio, aunque al tratarse de proyectos educativos relativamente pequeños, con finalidad educativa, protagonizados por menores de edad, las respuestas son más sencillas.

Efectivamente, es difícil identificar como competidores intrusos de músicos profesionales a los niños y niñas que a partir de la clase de música montan un concierto en una residencia de ancianos.

O pensar que los chicos y chicas que colaboran en con el guarda forestal en reforestar el bosque quemado están sustituyendo a personal técnico del parque natural. Y tantos otros ejemplos de compromiso con la comunidad.

Sin embargo, esa duda, es absolutamente comprensible y legítima, porque lo cierto es que cualquier actuación solidaria se puede pervertir, se le puede dar un mal uso o puede ir en contra de la finalidad social con la que fue creada.

El límite entre razonable y abusivo es difícil de colocar. Y en sectores progresistas y de izquierdas a veces te encuentras con personas que desconfían del voluntariado. Creo que esta desconfianza parte de una miradaun tanto estrecha y dogmática, bajo la cual cualquier iniciativa social que no sea estatal va a ser sospechosa de neoliberalismo o cualquier otro demonio.

Por eso conviene hacernos unas cuantas preguntas más:

  • ¿Sólo podemos considerar público lo que es “propiedad” o “iniciativa” de la Administración Pública?
  • ¿El asociacionismo, las entidades sociales, las ONG… dejarían de tener sentido en una sociedad con un Estado del Bienestar fuerte y desarrollado?
  • ¿Cómo vamos a educar en la solidaridad y en la fraternidad sin permitir que los jóvenes tengan experiencias prácticas de compromiso con el entorno y de conocimiento directo de las entidades sociales?

Por otro lado, y pensando directamente en el desarrollo profesional, no olvidemos que hay profesiones actuales cuyo origen fue el voluntariado, como por ejemplo la enfermería. A veces el voluntariado crea la profesión.

Personalmente creo que nuestra sociedad tiene tantos retos y tan profundos, que no vamos a poder resolverlos sólo por la vía profesional y por la iniciativa del Estado. Y que en cualquier sociedad democrática, por desarrollada y solvente que llegara a ser, siempre tendría sentido la iniciativa social ciudadana.

El voluntariado necesita un Estado fuerte, no un Estado débil, que comprenda e impulse el compromiso cívico de los ciudadanos. No para ahorrarse trabajo y recursos, sino precisamente para multiplicarlos y llegar más lejos.

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