Ocasionalmente, en los cursos de aprendizaje-servicio surgen dudas acerca de hasta que punto las acciones positivas y solidarias de los jóvenes podrían provocar consecuencias perversas.

Tal vez sea casualidad, pero estas dudas las suelo recoger sobre todo de aquellas personas que no tienen experiencia directa en prácticas de aprendizaje-servicio y se acercan por primera vez y teóricamente al concepto.

En cualquier caso, no me estoy refiriendo a lo que la gran experta Nieves Tapia describe gráficamente como “la lección equivocada”, es decir, el enfoque caritativo de aquel que se considera superior hacia el “pobre desvalido”.

No, este riesgo efectivamente existe, es relativamente fácil caer en él y se combate con un enfoque decidido de defensa de los Derechos Humanos y la Justicia Social.

En realidad, las dudas a las que me refiero son otras y las podemos resumir en dos preguntas:

  • ¿Estaremos liberando al Estado de sus obligaciones? Por ejemplo, si colaboramos en la reforestación de un parque… ¿no debería la administración titular del parque encargarse de ello y no nosotros…?
  • ¿Estaremos sustituyendo trabajos que deberían ser remunerados? Y, por tanto, ¿estaremos perjudicando a los trabajadores que se dedican profesionalmente, si desarrollamos tareas sociales de manera gratuita? Por ejemplo, si niños y niñas de Primaria montan un concierto en una residencia de ancianos ¿no están cerrando la posibilidad de que esa residencia contrate a un grupo de músicos para hacerlo? O si unos estudiantes de Ingeniería construyen un brazo biónico para una persona con discapacidad ¿no estarán entrando en competencia desleal con las empresas que fabrican material ortopédico?

Hay que tener en cuenta que en realidad, estos mismos dilemas estarían presentes en cualquier acción de voluntariado, de las entidades sociales o de las ONG, no solo en los proyectos de aprendizaje-servicio. Y, alargando un poco, también estarían presentes en cualquier práctica de cualquier asignatura.

Por tanto, lo que genera dudas es el acto gratuito y a favor de los demás. Claro que, llevando estas dudas a sus últimas consecuencias, incluso de las acciones cívicas más simples podrían ser sospechosas. Por ejemplo, ¿no sería mejor ensuciar las calles que usar correctamente las papeleras, ya que si todos somos limpios y cuidadosos el ayuntamiento no necesitará crear tantos puestos de trabajo en la limpieza de la ciudad?

Me parece que se nos va un poco la olla a veces con estos temas.

En primer lugar porque en un contexto de aprendizaje tiene todo el sentido del mundo llevar a la práctica los aprendizajes, para consolidarlos, profundizarlos y dotarlos de sentido. Eso hace, de manera muy, muy modesta, el aprendizaje-servicio. Y cualquier práctica es una tarea, se mire como se mire. Incluso desde un punto de vista estrictamente laboral se puede considerar que para estar bien preparado profesionalmente es conveniente haber realizado prácticas.

En segundo lugar porque considerar que el bien común sólo tiene que importar al Estado y que las personas mejor que nos quedemos quietecitas para no importunarle, es una mirada que para nada tiene en cuenta el compromiso cívico y la participación ciudadana, elementos básicos de la democracia. Que el Estado del Bienestar tenga obligaciones no puede ser la coartada para desentendernos.

Y, sin embargo… es cierto  que a veces nos pueden asaltar dudas muy legítimas sobre las acciones de servicio a la comunidad. Creo que aplicando una mezcla de sentido común, de visión política y de fraternidad podemos encontrar un camino coherente.

 

 

 

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