La celebración de la Navidad y de los Reyes con mi nieta me ha emocionado y preocupado a partes iguales.
Por un lado, es imposible no cautivarse con la mirada inocente e ilusionada de los niños y niñas antes, durante y después de la noche mágica. De qué manera se sumergen en la fantasía; hacen cola pacientemente para murmurarle el regalo que desean a un paje exageradamente disfrazado y maquillado, que parece mentira que pueda engañar a nadie; se quedan extasiados ante el pregón de unos reyes de opereta; disfrutan con la posibilidad de comer unos dulces que habitualmente están prohibidos o limitados…
Pero, por otro lado, es también imposible no percibir la voz del mercado -a veces sutil y a veces estridente- haciéndose paso en las voces de los niños y niñas que piden y esperan juguetes estereotipados. Juguetes que durarán dos telediarios y que frecuentemente no tienen nada que ver con la educación que reciben en casa. ¿De dónde han sacado estas ideas…? -se preguntan muchas madres- ¡de casa seguro que no!
Pues no, quizá no de casa, pero sí del ambiente en general, la publicidad, los carteles, los escaparates, los anuncios de la televisión… Todo esto tiene fuerza, es muy atractivo y está muy interiorizado. Sólo pensemos en la muy irritante división de los colores (rosas, pasteles y tonalidades tenues para las niñas) que me tiene frita. Vamos a ver: nuestros niños y niñas se llenan de aquello que reciben, no todo lo que reciben es positivo y por supuesto no siempre viene de la familia o de la escuela.
Por eso me resulta demasiado ingenua la reclamación bienintencionada de escuchar la voz de los niños y niñas. ¡Es que las personas adultas no les escuchamos! ¡No les tenemos en cuenta! Bueno, eso que se lo cuenten a los supermercados, que por algo ponen las golosinas al lado de las cajas…
¡Claro que hay que escucharlos y con atención! Pero en absoluto para hacerles caso siempre ni creer a pies juntillas todo lo que se les ocurre. Hay que escuchar la voz de infancia para comprender, para ayudar, para acompañar. También para identificar la voz de fondo indeseable y para decir que no cuando toca. Bueno, y para ceder a veces, que somos humanos.
La voz del mercado viene cargada de estereotipos, prejuicios, falsos valores. Es potente y no se frena en las cabecitas infantiles.
No seamos ingenuos… ¡no se educa con un lirio en la mano y un cirio en la otra!
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