En su Glosario para tiempos de posverdad educativa, Julio Rogero y Jesús Rogero enumeran y desmontan en lúcido análisis algunos de los mantras que agitan con frecuencia los discursos de la innovación educativa.

En gran parte se trata de nobles palabras secuestradas, vaciadas de su sentido original y rellenadas con un enfoque nada inocente: esfuerzo (“cultura del esfuerzo”, pacto (“pacto educativo”), excelencia, autonomía (“autonomía de los centros”), convivencia (“convivencia escolar”)… En rigor son conceptos válidos que deberían iluminar el camino, pero que al cambiarles el sentido y el uso ahondan en la diferenciación o la exclusión social.

Esta neolengua monopoliza el debate educativo y domina el pensamiento para legitimar intereses que nada tienen que ver con el derecho a la educación, afirman los autores. Y es una lástima, porque corremos el riesgo de abandonar y arrinconar conceptos, como por ejemplo, el esfuerzo, por el hecho de haber sido víctimas de un secuestro en toda la regla, que ha desnaturalizado el término y lo ha colocado en la estantería de las expresiones odiosas. ¡Creo que no debemos caer en esa trampa!

El mismo día que leía el artículo de Julio Rogero y Jesús Rogero me llegaba una noticia inquietante: una asociación ultraconservadora del catolicismo se ha bautizado a sí misma y se la reconoce ya como la “Organización del Bien Común”. Vaya, el bien común… ¡Otra noble palabra secuestrada!

¿Cuál será la próxima? ¿Compromiso? ¿Responsabilidad? ¿Fraternidad? Tal vez debamos contrarrestar esto. Existe una iniciativa nacida en el ámbito literario y lingüístico, el apadrinamiento de palabras que, si bien se refiere a los términos en vías de extinción,  podría extenderse, ¿por qué no?, a la liberación de palabras secuestradas.

Al final, es una cuestión de enfrentarse a la manipulación en lugar de dejarse influir por aquellos que tienen la sin duda utilísima habilidad de la demagogia.

 

 

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