Está visto que, al menos para nosotros, se acabó el alpinismo en agosto.

Ya tuvimos un aviso el año pasado de que la cosa no nos funcionaba cuando renunciamos a la Mesa de los Tres Reyes en plena canícula, impresionados por el sol que nos aplastaba como una losa. Bueno, seguro que también pesaban los años…

Este agosto hemos repetido el error en sur del macizo de los Ecrins, en Francia. También en esta ocasión la montaña estaba petada, lo cual aumentaba la sensación de agobio. Suerte que íbamos con la furgo de mi hija y no dependíamos tanto de cámpings y refugios.

Sin embargo, el peor obstáculo ha vuelto a ser el calor extremo. Para empezar suavemente, escogimos una excursión bastante sencilla al Glaciar Noire, con relativamente poco desnivel. A fin de evitar la congestión de la zona de aparcamiento del punto de partida, tomamos a las 8:30 el autobús lanzadera en Pelvoux y a las 9:15 empezamos a caminar.

Puesto que no íbamos a pisar nieve ni hielo, no llevábamos piolet ni crampones. Sólo agua, algo de comida, gorra para el sol, ropa de abrigo por si acaso y bastones. Quiero decir que ni siquiera acarreábamos mochilas pesadas. Eso sí, caía un sol de justicia…

Pues bien, a unos 2.300 m. tuvimos que abandonar. Apenas nos faltaban 84 m. de desnivel para llegar al punto final, pero de repente, sin previo aviso, me sentí tan mareada que tuve que estirarme en el suelo, en el borde de la morrena que íbamos recorriendo.

¿Estaba fatigada? Pues no. ¿Había desayunado bien? Pues sí, muy bien. ¿Me había estado hidratando? ¡Por supuesto!… Entonces, ¿qué me estaba pasando? La sensación más parecida la viví una vez en que, después de donar sangre, me incorporé demasiado rápidamente y la cabeza me empezó a dar vueltas como una noria.

Bueno, llego a la conclusión de que simplemente me afectó el calor. La verdad es que con los años tolero muchísimo mejor el frío. ¡Temo a la canícula como al mismo demonio!

Sin embargo, no vamos a renunciar a la alta montaña: es demasiado atractiva para nosotros y nos proporciona mucho bienestar y felicidad. Pero vamos a olvidarnos ya del mes de agosto, por el calor, y de los días festivos, por la afluencia de gente.

Nos queda la primavera, el otoño, el principio del verano y el invierno, en días laborables si es posible (que para una pareja de jubilados lo ha de ser). No es poco y, dadas las circunstancias derivadas de la crisis climática, cabe estar agradecida, extremar la prudencia y moderar las expectativas.

En la foto, el camino al Glaciar Noire, minutos antes de marearme como una sopa.

 

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