En el debate actual sobre el acceso de los menores a la pornografía creo modestamente que se mezclan algunos conceptos que llevan a confusiones.

Para empezar, creo que la raíz está en cómo se valora la pornografía, si desde la libertad individual para consumirla o si desde  la vulneración que supone a los derechos de la mujer.

Desde el punto de vista de muchas voces del feminismo, la pornografía es la propaganda del patriarcado (la frase no es mía, pero no recuerdo a la autora, ¡perdón!). La pornografía erotiza la violencia hacia la mujer y consolida la subordinación de ésta al hombre a través del sexo. Si esto no está claro, todo lo que sigue va a causar todavía más confusión.

De momento identifico tres empanadas mentales, pero probablemente hay más y tal vez más relevantes. Aunque en general parece que hay bastante consenso en que no es positivo el acceso precoz a la pornografía por parte de los niños, niñas y adolescentes, en cambio hay bastante diversidad cuánto al “por qué no es positivo”.

Una de las razones, francamente peligrosa, que se aducen para rechazar la pornografía, es que genera frustración en los adolescentes, porque pueden llegar a pensar que lo que ven es real, confundir la fantasía con la realidad y, por tanto, “desanimarse” o “frustrarse” al intentar que las cosas funcionen de esa manera.

Creo que este argumento es peligroso porque pone los vídeos porno al mismo nivel que las películas de Harry Potter o de superhéroes. Claro que los niños y niñas que desearían poder volar como Supermán se pueden sentir frustrados si lo intentan y no funciona, pero esa fantasía no pasa de ser un entretenimiento inocente. Desear “volar” no es equivalente a “desear practicar sexo como en los vídeos porno”, porque esto último equivale a desear ejercer violencia contra la mujer. De deseable, nada. Punto.

La otra confusión es hablar de “consumo problemático” versus “consumo responsable”. ¿De verdad puede haber entre menores de edad un “consumo responsable”? Si la pornografía es un veneno que ataca directamente los derechos de la mujer, ¿qué uso responsable puede haber? ¿Sería consumo responsable ingerir sólo “un poco de cianuro” o “sólo algunas veces”?

Sólo hay un consumo de pornografía en la infancia y la adolescencia -y, desde mi punto de vista, también en las personas adultas, pero bueno, vamos a dejar ahora esto-, y este consumo es problemático sin matices, por lo que representa. Un ejemplo de esta confusión son los materiales didácticos para “abordar el sexting positivo” -que plantea a los adolescentes cómo realizarlo en condiciones de máxima seguridad– ¡Anda ya!

En el fondo, existe la consideración de que no se debe prohibir, porque es peor o ya que existe, aceptémoslo e intentemos la reducción de daños. Podemos aplicar esta consideración a no prohibir un montón de cosas a ver qué pasa: no prohibamos hacer fuego en el bosque, no prohibamos pasar un semáforo en rojo, no prohibamos el denigrante lanzamiento de enanos, etcétera… Uf, qué cansado es todo.

Para aclarar el alcance de la pornografía, recomiendo PornoXplotación, el documental de Mabel Lozano, y consultar los materiales del colectivo Docentes Feministas por la Coeducación.

Finalmente se difunde también la confusión de que las mujeres feministas que se oponen a la pornografía son retrógradas, moralistas, punitivas y anuladoras de “derechos”. Bueno, esto me parece ya la repera, porque precisamente las feministas que se oponen a cualquier tipo de pornografía lo hacen por un estricto sentido de justicia y derechos humanos.

En el ambiente de descalificación y odio a quien no piensa como tú, sólo hace falta añadir el sufijo fobia a la postura de la adversaria. Estamos a dos telediarios de que se nos acuse de pornofobia, palabra que de hecho ya existe.

Mira, pues va a ser que sí que me da miedo el porno. Me da miedo, no a que frustre a los niños y niñas, no a que no acierten a desarrollar un consumo responsable… Me da miedo a que crezcan alimentándose de la basura de la violencia contra las mujeres, porque no hay bicarbonato que lo compense.

Venga, lo asumo: ¡soy pornófoba!

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