Querido Alberto:

Leo tu escrito con el corazón encogido porque siento profundamente lo que estás sufriendo. Yo tampoco me esperaba este resultado tan desolador para tu país, aunque en realidad es devastador para todo el mundo. Ya no hay fronteras en el desastre, ni ambiental, ni económico, ni social. Tu dolor, por tanto, es el mío también.

Esta mañana, pegada a la radio, escuchando las interpretaciones de los analistas políticos, más que nunca he tenido la certeza de que no se puede cambiar todo el mundo, todo el tiempo. No se puede. Ni siquiera un trozo grande, ni siquiera en el tiempo de nuestra corta vida.

Y esto es duro cuando una persona como tu dedica toda su energía, siempre y con perseverancia, a intentar cambiar las cosas para que los demás vivan mejor, para que reine la justicia, para que se frene la escalada de desigualdad. Y para que todos aporten en esta tarea.

No, por mucho que luchemos nosotros no vamos a ver el cambio que necesita el planeta y la humanidad, porque la tarea nos queda demasiado grande, porque todo va muy lento, porque a veces nos equivocamos… y porque el mal existe y es más fuerte que todos nosotros juntos.

Y sin embargo podemos cambiar pequeñas cosas, podemos alegrar la vida a alguien, podemos emocionarnos con la luz de una vela en la oscuridad, aunque sepamos que se va a apagar tarde o temprano.

A pesar de todo podemos y debemos aportar para un futuro diferente -una utopía, sin más- que no vamos a ver nunca. Y podemos ser un poco felices. En realidad, no somos héroes ni somos unos pocos escogidos. Somos mucha gente normal que quiere vivir bien y necesita que los demás también vivan bien.

Hoy estoy triste por la humanidad desvalida, pero cuando nos encontremos nos abrazaremos y celebraremos cualquier cosa. Estamos vivos, pensamos y amamos. Estamos aquí, resucitando.

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