Algunas conductas que hace años se consideraban normales ahora estarían mal vistas. Las rechazaríamos por inadecuadas, por groseras o por sucias.

Pongo por ejemplo a mi abuelo, que estaba acostumbrado a escupir en la calle. Ahora ves a una persona escupiendo y te llama la atención, aunque antes era de lo más normal. Como si ves una persona conduciendo una moto sin casco. O un profesor entrando en la clase fumando. O gente tirando ostentosamente basura en la playa…

Estas conductas ahora, afortunadamente, producen -en general, que siempre hay excepciones- rechazo social. Y por eso les decimos a nuestras hijas e hijos  “mira, esto no se hace…” y les damos una explicación. Realmente queremos que no lo hagan. No nos parece bien.

Las personas, como mi abuelo, como yo misma, cometemos errores y eso no nos convierte en delincuentes. Sin embargo, aunque no estemos hablando de delitos, lo que está mal, está mal, y hay que expresarlo clara y contundentemente.

Lo que pasa es que cuesta plantar cara. Hace unos días asistí a una cena solidaria de unas doscientas cincuenta personas. Antes de servir la cena, cuando todos los comensales estaban acomodados en las mesas, uno de los responsables de la causa solidaria tomó el micro para contar brevemente cuál era el sentido de la iniciativa y para dar la palabra a dos jóvenes inmigrantes. Si todo el mundo hubiera guardado silencio, se podían haber escuchado sus palabras.

Pero no fue así. Muchas personas hablaban animadamente sin prestar atención a quienes se dirigían al público. Bueno, la paciencia no es mi virtud principal, de manera que me levanté y fui mesa por mesa. Me acerqué a los grupillos que hablaban y, uno por uno, en tono amable, les pedí por favor que “nos ayudaran” a oír el discurso guardando silencio. La mayoría asintieron pero luego siguieron pasando de todo. Alguno incluso me repuso que daba igual porque no se iba a oír bien.

Los asistentes no eran mala gente. Eran buenas personas que acudían a una convocatoria solidaria. Pero claramente se equivocaban. No se a ti, pero a mi no me funciona lo de “no vale la pena llamar la atención porque no van a cambiar de actitud”. Aunque no cambien, hay que expresar rechazo social a lo que no está bien.

Creo que actualmente a veces nos falta esta claridad y contundencia, tal vez porque tenemos miedo de ofender, de excluir o de juzgar demasiado severamente a quienes se equivocan, de no ser comprensivos y tolerantes… ¡Estamos confundiendo las cosas!

Este buenismo tontorrón nos está haciendo daño. Los niños y las niñas necesitan saber lo que está bien y lo que está mal, lo que está muy bien y lo que está muy mal. A medida que vayan madurando, adquirirán flexibilidad para relativizar lo que haga falta. Pero en la infancia no hay nada más desorientador que un “depende” fuera de contexto, cuando todavía no toca.

Humillar está mal. Insultar está mal. Destruir la naturaleza está mal. Agredir está mal. Y las personas que humillan, insultan o destruyen se equivocan. Hay que evitar hacer daño, hacer el mal.

Juzgar un acto no es juzgar a la persona que lo comete. Porque podemos comprender que tal vez el agresivo anteriormente fue agredido; que el que hace daño, primero lo sufrió… pero eso no quita seguir intentando tener una sociedad más acogedora, lo cual requiere el compromiso de todos.

Deberíamos animarnos a expresar, en voz alta y clara, rechazo social hacia lo que nos perjudica. Eso no nos convierte en maniqueos intolerantes. Nos convierte en responsables, porque para devenir una sociedad acogedora debemos rechazar lo que la amenaza.

Share This