Frecuentemente surge, en las formaciones sobre aprendizaje-servicio, la pregunta acerca del riesgo que tenemos a caer en el paternalismo cuando llevamos a cabo un servicio a la comunidad.

Es una buena pregunta, porque el riesgo es evidente y porque, si caemos, corremos también el riesgo de aprender la lección equivocada, tal como lúcidamente describe María Nieves Tapia.

¿Quién quiere ser paternalista? ¡Nadie! Y, sin embargo, hay que aceptar que cuando se ayuda en algo a alguien  directa o indirectamente se está revelando que existe una vulnerabilidad y que ese alguien la está sufriendo. De aquí a creerse superior puede haber ciertamente un trecho muy corto.

Pero Margaret Mead decía que precisamente el primer signo de la civilización se dió cuando se empezó a ayudar al prójimo. Ayudar no es un concepto que debamos rechazar. Es una señal de humanidad y la llevamos en nuestra sangre.

Entonces, ¿cómo evitar caer en el paternalismo? Creo que tenemos unas cuantas claves:

  1. Asumir que todos necesitamos ayuda en algún momento de nuestras vidas, Y que, además, aunque aparentemente podamos estar lejos de padecer problemas graves, la vulnerabilidad y la exclusión nos pueden sobrevenir en cualquier momento.
  2. Aprender que las personas y colectivos que sufren y necesitan nuestra ayuda no son seres débiles que deben suscitar nuestra pena, sino que son personas como nosotros a las que hay que garantizar acceso a derechos humanos y a una vida buena. No es cuestión de caridad, sino de defensa de los derechos humanos, una gran conquista de la humanidad.
  3. Reconocer lo valioso que estas personas poseen y pueden compartir: historia, experiencia, conocimientos, superación personal, habilidades…
  4. Explicitar los aprendizajes que se pueden adquirir o profundizar cuando se desarrolla un servicio a la comunidad. Cuando una es consciente de lo que está aprendiendo, es capaz de dar las gracias y no sólo de esperar que le den las gracias a una por la tarea solidaria realizada.
  5. Asumir que para vivir bien, todos debemos poder vivir bien. No funciona que unos vivan bien y otros mal. Un mundo desigual es un mundo peligroso para todos.

Mi nieta (tres años y dos meses) me decía hace unos días: Cuando mis amigos me ayudan, ¡me encanta!. La palabra ayudar es de las primeras que se aprenden… no la descartemos, ni tampoco la malogremos tiñéndola de paternalismo.

La foto de este post es del proyecto Animarte, una práctica ApS extraordinaria del Colegio Santísima Trinidad de Córdoba.

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