Una de las cosas interesantes que tiene hacerse vieja es que te resbala mucho más la opinión que otros tienen de tí. Quizá sí te importe la de las personas cercanas y queridas, pero ya no temes no caer bien al resto de la buena gente que te rodea. De la mala ya ni hablo.

Detecto desde hace bastante tiempo un miedo sutil en mostrar opiniones que podrían parecer conservadoras o retrógradas. Y digo “podrían parecer” porque creo que frecuentemente no lo son. Pero, vaya, acepto que me puedo estar equivocando en esto. Sin embargo, me gustaría poner un ejemplo de una situación que viví hace bastantes años y que me sonó como la alarma de que a veces, buscando ser de lo más guay del paraguay, se nos puede ir la olla.

Era el reportaje audiovisual de un experimento de educación vial. En unas dependencias tipo aula de la policía de tráfico (sí, sí, de la policía) entraba un grupo-clase de unos veinte niños y niñas de 11 o 12 años.

Un educador o dinamizador les invitaba a ver un vídeo de un conflicto que ocurría en un parque vallado al lado de una autovía (sí, sí, autovía llena de coches circulando).

El conflicto se daba en un grupo de niños y niñas más o menos de la misma edad que el público. La cuestión es que era el cumpleaños de uno de ellos y los demás le habían regalado una pelota. Los niños y niñas, que también eran de un grupo-clase y la maestra no estaba lejos, estaban jugando con la pelota. En un momento dado la pelota saltó la valla y fue a parar al medio de la autovía. Fin. Aquí se acababa el vídeo y empezaba la dinámica con el público infantil.

El dinamizador planteaba como dilema la cuestión de qué era lo que tenían que hacer. Marcó una línea en el suelo del aula y pidió que se situaran a un lado o a otro según pensaran que tenían que ir a buscar la pelota o bien que no tenían que hacerlo.

Rápidamente el público infantil se posicionó en dos subgrupos prácticamente iguales en número. En dinamizador pidió argumentos a unos y otros para justificar su postura. Hasta aquí todo bien, ¿no?

Lógicamente, el argumento principal para no saltar a la autovía a buscar la pelota era el peligro que ello conllevaba, ya que el tráfico era continuo y no había semáforos. Y el argumento principal de saltarla era que la pelota era un regalo que no se podía despreciar, o que “se podía esperar un momento en el que no pasaran coches”.

El dinamizador escuchaba con atención y después de cada argumento invitaba a los niños y niñas a cambiar “de bando”. Sin embargo, hubo un argumento expuesto por un niño que no fue tomado en cuenta. El niño dijo: “podrían ir a buscar a la profe y contarle lo que ha pasado”. A mi me pareció muy sensata esta observación.

Al final el grupo de los que querían ir a por la pelota era más numeroso que el otro. Bueno, el caso es que cuando yo esperaba que el dinamizador recogiera todo y con cariño pero firmeza expusiera que no se debía bajo ningún concepto saltar a la autovía porque era demasiado peligroso… pues no.

El dinamizador dio por acabado “el taller de educación vial” simplemente concluyendo que en la vida hay muchas situaciones en las que hay que tomar decisiones y cada uno tiene que ser consecuente con las que toma. Punto. Gran pensamiento filosófico. Pelota, autovía, tráfico, ausencia de semáforos. Niños y niñas de 11-12 años.

¡Qué guay! Los niños fueron desfilando hacia la puerta de salida donde un policía de tráfico, uniformado, les sonreía y se despedía de ellos.

Quien me mostraba aquel reportaje estaba orgulloso de su metodología innovadora, su estrategia de no prohibir, que era el no va más de la prevención, etcétera. Y yo fui tan imbécil que me quedé sin saber qué decirle. Me desbordó la situación. Quizá porque tenía treinta y cinco años menos que ahora y no quería pasar por carca, vaya estupidez.

Pero hace tiempo que eso se acabó. Cuando el rey está desnudo, está desnudo y hay que decirlo. De buen rollete, con cariño, con lo que quieras, pero no voy a ser yo quien se calle. Y menos cuando se trata de la seguridad y protección de la infancia. Ninguna frivolidad, ninguna fantasía, ningún (muy) falso respeto a los sentimientos y opciones individuales nos puede cerrar la boca… Que levante la mano quien en una situación como esta tiene miedo a pasar por carca.

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