A los ocho años yo soñaba con Tintín, Milú, Haddock y todos los demás. Y a los nueve años también. Y a los diez, once, doce… toda la adolescencia.
Ya sabía que no existían ni Syldavia ni Borduria, ni las setas gigantes, ni las siete bolas de cristal con Tornasol dando vueltas, pero no importaba. Tintín era un pozo sin fondo de imaginación, realismo y fantasía. Creo que me despertó la afición a viajar, a comprender que el mundo era diverso y lleno de color, en contraste con mi ciudad, en aquellos tiempos gris y aburrida.
La “línea clara” del dibujo de Hergé resaltaba lo esencial, al tiempo que permitía llenar de detalles las viñetas sin llegar a cansar. Además, los personajes buenos, eran buenos y los malos, eran malos de narices, cosa que en la infancia se agradece, aunque te lo cuestiones en la vida adulta. ¡Todo tiene su tiempo y su momento!
No les falta razón a quienes critican la ausencia de personajes femeninos (la insufrible Castafiore es claramente la excepción) o el enfoque colonialista de algunos primeros álbumes, pero eso no quita, a mi entender, la belleza de la obra de Hergé.
Me ha faltado tiempo para ir corriendo a visitar la exposición sobre Hergé en el Círculo de Bellas Artes de Madrid. Una maravilla muy bien organizada, llena de detalles esconográficos y de información muy interesante por ejemplo sobre el proceso creativo que seguía Hergé en cada historieta. La recomiendo a todos los fans y también a todos los aficionados al cómic en general.
De todos los tintines, me quedo sin duda con Tintín en el Tíbet. Dicen que también fue la obra favorita de Hergé y que la creó bajo el trauma emocional que le causó separarse de su mujer. Es una historia sentimental, un poco diferente del resto, con pocos personajes y muy centrada en la amistad entre Tintín y su amigo Tchang, que está en peligro. Tintín consigue salvar a Tchang después de superar un montón de obstáculos en el Himalaya.
En casa guardo mi colección de tintines y mi nieta de tres años empieza a sentir curiosidad por ellos. Me hace feliz verla concentrarse en las escenografías y detalles tan cuidados en todas las viñetas.
La niña de la fotografía no es mi nieta, sino mi hija a los 9 años, con su Tintín de antes de dormir. Una tradición que se alargó mucho tiempo. ¡Ojalá todos los niños y niñas pudieran tener un Tintín en sus manos de vez en cuando!
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