Uno de los investigadores y divulgadores científicos que sigo con mayor agrado es Héctor Ruíz Martín. Me encanta su manera de exponer las evidencias científicas que se van descubriendo entorno a los procesos de aprendizaje. Recientemente publicó un hilo estupendo de los suyos desmontando tópicos acerca del ejercicio de resumir como estrategia de aprendizaje.

Confieso que soy una fan de resumir y sintetizar para asentar lo que se va asimilando, pero también he comprobado hasta qué punto se confunde, como describe este autor, el resumir un contenido con simplemente recortarlo. Pero mejor lo cuento con una anécdota que se me repitió durante los cuatro años que estuve colaborando con una universidad y trabajando con estudiantes de segundo curso de Dirección y Administración de Empresas.

Yo llevaba una asignatura de Comunicación en Público y uno de los aspectos que estudiábamos era el identificar en un discurso cuál era la idea central que quería transmitir el orador. Para ejercitar esta habilidad, les planteaba un ejercicio basado en un pequeño texto que saqué del blog Ganas de escribir, de Juan Torres López, que citaba una serie de hechos relacionados con la pobreza relatados por Hope Yen.

El texto se componía de tres párrafos:

La mayoría de las personas que actualmente reciben “food stamps” (ayudas para comer para personas con bajos ingresos) en Estados Unidos están en edad de trabajar -tienen entre 18 y 60 años-, a diferencia de lo que ocurría en 1980, cuando la mayoría eran jóvenes o personas mayores.

Hoy día, 1 de cada 7 estadounidenses recibe “food stamps” y entre ellos hay cada vez más personas con empleo pero con ingresos tan bajos que no les llegan para comer.

Es significativo, además, que un 28% de quienes las reciben tienen algún tipo de estudios, lo que solo le ocurría al 7% en 1980.

Se trataba de identificar cuál era la idea central que nos quería transmitir el autor con estas tres afirmaciones. Debo aclarar que mis estudiantes eran chicos y chicas de 19-20 años, de clase social media-alta y con nivel cultural muy aceptable. Yo les daba unos minutos para leer y reflexionar. Luego debían escribir esa idea central en un folio que me entregaban para, finalmente, poner en común lo que habían escrito y discutirlo entre todos.

Mi sorpresa fue que cada año sólo un 10% máximo un 15%, en un grupo clase de unos 30 estudiantes, acertaban a identificar cuál era la idea central del texto. La mayoría se limitaban a repetir cada párrafo, a veces con menos palabras y otras veces ni siquiera eso. Sólo 3 o 4 estudiantes, de un total de 30, concluían que el mensaje era:

  • Que con el tiempo ha aumentado la precariedad.
  • Que vamos a peor.
  • Que la pobreza se extiende a capas más amplias de la población.

O ideas similares.

¿Cómo interpretar la dificultad que tenía el resto de sus compañeros para señalar cuál era el meollo de la cuestión?

A aquellas alturas, después de una escolarización o trayectoria académica que muchos podrían calificar de exitosa, ¿no sabían resumir o sintetizar? ¿no pescaban lo esencial en un discurso? ¿no veían lo que tenían en común las tres afirmaciones del autor?

Bueno, yo me rompía los sesos intentando interpretar esta dificultad para poder actuar sobre ella. Había escogido un texto sobre la pobreza precisamente para interpelarles más. Pero no tuve mucho éxito.

Al menos intenté transmitirles que cuando no identificamos cuál es el mensaje que nos intentan transmitir, nos volvemos mucho más vulnerables e inde

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