Ayer en un paso de peatones un niño de unos diez años esperaba a mi lado con una camiseta que llevaba la inscripción: Think fast, move faster (piensa rápido, muévete más rápido).

Probablemente se trataba de una camiseta publicitaria de algún juego y la cosa no tenía mayor importancia, pero no pude evitar pensar que era el peor consejo que se le podía dar a un niño de diez años.

Yo me había pasado la mañana corrigiendo un texto largo maquetado y lleno de detalles, que me había enviado un profesional del diseño cuyo trabajo consiste en maquetar y maquetar textos.

Si invertí tanto tiempo en puntear el texto y marcar las correcciones fue sencillamente porque el otro ni siquiera se había tomado la molestia de repasar lo que había elaborado antes de enviármelo.

Estas situaciones me sacan de quicio, lo siento mucho. Entre otras cosas, porque generan un círculo vicioso del que yo no he encontrado todavía la salida.

  • Por un lado, quien elabora el texto sabe que tú lo vas a corregir y que vas a encontrar cosas. Lo cual favorece que se relaje y te lo envíe tal cual, porque “tú ya detectarás” y él sólo tendrá que aplicar automáticamente tus correcciones.
  • Y, por otro lado, tú no te acabas de fiar de su rigor y autonomía (con razón) y le insistes que te envíe el texto para repasarlo. Sabes que sería un problema que el texto saliera lleno de errores y que al final, tendrías que pringar igualmente.

¿Consecuencia? Tú acabas haciendo una parte sustancial del trabajo que debería hacer la otra persona. Una pequeña esclavitud invisible y minúscula, comparada con otras esclavitudes, pero que va deteriorando y tensando innecesariamente las relaciones de trabajo.

Creo que esta manera de trabajar mal se debe a tres razones:

  • La primera es la costumbre de trabajar rápido y mal. Vale, en algún caso puede ser por la presión, pero cuando es el modus operandi, algo no cuadra. Pensar rápido y moverse rápido es para genios y superdotados. La mayoría de la población somos personas normales que necesitamos pensar reposadamente antes de actuar y casi siempre que intentamos ser veloces cometemos innumerables errores. Trabajar como si fuéramos genios es, cuando menos, soberbio.
  • La segunda es la cantidad de distracciones, dispersión y falta de concentración que todos arrastramos, y que se ha convertido casi en una epidemia. Todo ello nos lleva a no centrarnos lo suficiente en la tarea, a cultivar una cierta adicción a la velocidad y al pasapantallas que también aplicamos a la vida cotidiana.
  • La tercera es la desafección al trabajo que se lleva a cabo. A la persona que te envía las cosas mal, sencillamente le importa un rábano si el resultado es bueno o malo, eso será tu problema. Aunque cobra por la tarea que realiza, piensa que no son de su incumbencia las consecuencias negativas que se derivan de su dejadez.  En el peor de los casos, tampoco no le importa castigarte de facto y que cargues tu con piedras de su mochila.

De manera que pensar rápido y actuar más rápido no es un buen consejo para nuestras hijas e hijos. Bueno, en realidad, es un mal consejo para todos, con la excepción, claro está, de las situaciones de emergencia, en las que moverse rápido es una cuestión de supervivencia.

Pero estamos hablando de la responsabilidad, la sensibilidad y el respeto en las relaciones con los demás. No es menor.

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