Estuve 3 días en el CENEAM, en Valsaín (Segovia) participando en un estupendo VII Simposio ESENRED, el encuentro anual de la red de redes de centros educativos sostenibles de España.

Me tocaba dinamizar un taller sobre aprendizaje-servicio, pero me quedé todos los días porque sabía que iba a aprender y a disfrutar muchísimo, como así fue.

Casualmente (o no) me llevé para acabarla durante esos días La Humanidad, una obra de Rutger Bregman que me habían recomendado Xus Martín y Josep Maria Puig. Como te puedes imaginar, con esa recomendación no me la podía perder.

Creo que la combinatoria del libro y el encuentro no ha podido ser más afortunada: ¡voy a tenerla anclada en la memoria cada vez que evoque una u otra cosa!

Bregman afirma que es radicalmente falsa la convicción de que las personas somos básicamente y por naturaleza egoístas. Apelando a innumerables investigaciones y estudios, el autor demuestra que la mayoría de las personas son buena gente, aunque no se lo llegan a creer mucho.

Lo que ocurre es que la desconfianza genera desconfianza así como la falta de contacto entre personas diferentes propicia un progresivo distanciamiento, en una espiral de negras profecías autocumplidas y desastrosas consecuencias.

Hay una frase que me ha llamado mucho la atención, porque me siento totalmente identificada con ella: El mal es más fuerte, pero el bien es más abundante. Hay que reconocer la primera premisa: el mal es más fuerte. Más visible, ruidoso e incluso a veces más atractivo. Asumámoslo de una vez: no siempre vamos a poder vencerlo.

Pero, al mismo tiempo, no olvidemos que el bien es más abundante. O, dicho de otra manera, las buenas personas somos muchas más. Y no hay razón para sentir vergüenza por ello ni tampoco por las emociones positivas que despierta el comprobarlo cada día. En realidad, ser cínica y desconfiada es mucho más fácil, te hace parecer más inteligente y tal vez sentirte por encima de los demás.

Para muestra, un botón: ¡imposible ser cínica o no sentir emoción con el encuentro de ESENRED! Los y las docentes compartieron experiencias educativas de una calidad y calidez extraordinaria. Lo hicieron con modestia exquisita y una se sentía privilegiada de poder estar ahí escuchando y absorbiendo.

Resulta que estos educadores y educadoras dedican buena parte de su tiempo a combatir desde la escuela el cambio climático, la desertización, el declive de la biodiversidad, el despilfarro de recursos… Problemas mayúsculos que requieren un cambio de cultura, de sistema económico y de actitud. Y a pesar de la magnitud de los retos, no vi pesimismo ni desesperanza.

Cierto, la escuela no puede con todo. Pero puede fomentar la conciencia ambiental y el compromiso para querer cambiar de paradigma. Aquí está la grandeza humilde de las buenas personas y excelentes docentes que se mezclaron, aprendieron, compartieron y disfrutaron el bien abundante en ESENRED.

 

 

Share This