Hace algún tiempo, una amiga mía que trabajaba en una ludoteca infantil comentaba estupefacta la reacción de un padre y una madre frente a los caprichos de su hijo.

El niño estaba marraneando un poco porque quería un juguete que estaba en lo alto de un armario, precisamente para que nadie lo tocara, porque había que arreglarlo.

Cuando el padre tomó una silla para encaramarse a ella y alcanzar el juguete en cuestión, mi amiga le frenó educadamente informándole que ese juguete no se podía usar de momento, y que por ello lo habían colocado fuera del alcance de los niños y niñas.

Lejos de entender tan razonable argumentación -y más, viniendo justamente de la responsable de la ludoteca- el padre se puso a discutir con mi amiga porque “el niño quería el juguete”. Aquella era la razón suprema: ¡obedecer el dictado de los deseos del niño! Por encima de las normas de la ludoteca y de la autoridad de su responsable…

Ha pasado el tiempo y la verdad es que sospecho que la anécdota ha dejado de serlo. A lo mejor es deformación profesional mía, pero me temo que muchas familias (digo “muchas” y no digo “todas”, ¡que conste!) ceden demasiado pronto a los caprichos, deseos y espejismos efímeros de su prole.

Si se trata de un juguete prohibido, de un helado a destiempo o de cualquier otra fruslería, tal vez no parece un problema grave, más allá de lo inconveniente de malcriar y consentir una criatura. Pero si se trata de otro tipo de deseos que pueden tener consecuencias nefastas e irreversibles en el futuro de nuestros hijos e hijas, creo que hay que encender todas las alarmas.

El caso que narra la antropóloga Silvia Carrasco en el artículo Falacia trans: una gran irresponsabilidad política es un ejemplo desgarrador del daño que podemos provocar si cedemos, sin más, a los deseos de los preadolescentes y adolescentes de cambiar de sexo y empezar una ruta incierta de tratamientos hormonales y amputaciones.

¿Tenemos derecho a concederles todo lo que desean? ¿Sin reflexionar si esos deseos son peligrosos, si pudieran ser efímeros, si son el fruto de un estado de ánimo en el que han influido muchos factores externos, si existen intereses ocultos para que precisamente puedan empezar cuanto antes estos tratamientos agresivos…?

El comunicado emitido por Docentes Feministas por la Coeducación desarrolla en 15 puntos los riesgos del transgenerismo que está entrando en las escuelas. Por favor, léelo: sólo nos falta que, además de familias despistadas, se desorienten también centros educativos… ¡el problema adquiriría una dimensión colosal!

Repito:

No tenemos derecho a concederles todo lo que desean si con ello les causamos un daño irreparable. No podemos desproteger a los niños y niñas, ni siquiera bajo la noble idea de respetar sus deseos.

Share This