Creo que se atribuye a Kurt Levin la frase de que no hay nada más práctico que una buena teoría. Pues bien, puesto que yo tengo merecida fama de ser bastante práctica -tal vez demasiado- estoy encantada con Pedagogía de la acción común, el último libro de Josep Maria Puig.

Es un libro teórico y denso, sin concesiones ni simplificaciones, no es para llevarlo a la playa, organizado en cuatro capítulos: los tres primeros son de corte filosófico y el cuarto es el más pedagógico.

Quisiera contar por qué me gusta y qué ideas se me ocurren después de su lectura.

En primer lugar, creo que el libro llena un vacío, en tanto que proporciona las fuentes filosóficas que justifican la bondad, la belleza y la verdad del aprendizaje-servicio. Llenar un vacío sentido es desempeñar una tarea útil… ¿o no? Especialmente para aquellas personas que tendemos a precipitarnos de cabeza en la acción. En este sentido, Puig nos facilita una reflexión serena aclarando y ordenando conceptos de educación democrática, de neoliberalismo, de competitividad, de ética del cuidado, de sociedad del mercado, del don y la reciprocidad…

En segundo lugar, recoloca el peso de los enfoques pedagógico y social del aprendizaje-servicio. Me explico a través de una anécdota personal:

Últimamente cuando me preguntan qué retos de futuro tiene el aprendizaje-servicio en nuestro país, yo suelo responder citando los dos que me parecen más relevantes: un reto social y un reto pedagógico. Dejo aparte el reto pedagógico que ahora no viene a cuento y me centro en el reto social:

Creo que tenemos el desafío de intensificar en el ApS el enfoque de desarrollo social. Pienso que deberíamos rebajar un poco los decibelios estrictamente pedagógicos y parar un rato de hablar de innovación, evaluación, currículum, calidad… para reforzar la dimensión de transformación social. Es precisamente en esta dimensión donde coincidimos con los movimientos, colectivos y personas no estrictamente del ámbito pedagógico, con quienes podemos compartir, sin embargo, el análisis y el deseo de una sociedad más justa.

También en este sentido el libro de Puig es muy útil, porque este bloque filosófico puede entusiasmar a personas de diferentes procedencias: a un ecologista, a un sindicalista, a un activista de barrio, etcétera, revelándoles hasta qué punto el ApS no es sólo una metodología educativa, un asunto solo propio de pedagogos y educadores, sino que es además una herramienta de desarrollo comunitario y de fortalecimiento del capital social.

En tercer lugar, la obra cuestiona, sin decirlo de forma explícita, uno de los mantras pedagógicos más extendidos actualmente, que es aquello de que la educación debe poner al alumno en el centro. Este paidocentrismo, que confieso que a mí particularmente me irrita como una picada de ortiga, no encaja del todo bien con el ideal comunitario que defiende Puig. Bueno, bien pensado quizá lo del cuestionamiento es imaginación mía… ¡serán las ganas que tengo de que eso ocurra!

En cuarto lugar, el libro reivindica el concepto de comunidad, explica porqué el término cayó en desgracia y cómo se ha reavivado últimamente. Creo que es muy interesante lo que revela. Incluso puede darnos pistas de nuestra historia como impulsores del aprendizaje-servicio, porque en el inicio -años 2004-2005- no todo el mundo veía claro el uso de este concepto, sino que parecía más comprensible hablar de entorno, que suena como más neutro, más digerible o menos kumbayá, vete tu a saber.

En esta parte del libro, Puig alimenta una idea potente: el aprendizaje servicio no sólo ofrece un servicio a la comunidad, sino que contribuye activamente a su construcción.

En quinto lugar, la lectura del libro me ha proporcionado dos ideas prácticas:

  1. La primera es que debemos interrelacionarnos más con personas que no son del mundo educativo. Por ejemplo, deberíamos invitar más al diálogo a pensadores, periodistas, sociólogos, historiadores, economistas, antropólogos… Y no preocuparnos de que entiendan de aprendizaje- servicio, sino que puedan iluminar la lucha por el bien común, por las relaciones comunitarias.
  2. La segunda idea es que nos iría bien realizar un seminario de profundización en torno al libro, pero hacerlo con las personas veteranas en ApS que lo aplican en lo cotidiano. Imagino perfectamente un seminario de 4 sesiones, una por capítulo, y dejar la pedagogía para la última sesión. Esto nos ayudaría mucho.

En fin, y para que no digan que soy una pelota del Puig, tengo que confesar que echo de menos dos cosas: una letra más grande en una maquetación más amable y… alguna obra de mi adorado Daniel Innerarity en la bibliografía.

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