Las primeras son las que unas maestras pusieron en un cartelito a la puerta de la escuela: por favor, gracias, lo siento mucho, perdona, buenos días, buenas tardes, ¿cómo está?…

Expresan amabilidad y respeto y forman parte, por tanto, del equipaje básico para la convivencia. Hay que acostumbrarse a usarlas y, si es posible, a disfrutar viendo cómo frecuentemente disuelven la desconfianza y provocan una sonrisa.

Las segundas palabras mágicas creo que son los matices: a veces, no siempre, no todos, algunos, frecuentemente, rara vez, tal vez, puede pasar que… A diferencia de las primeras, el secreto de las segundas radica no tanto en decirlas cómo en escucharlas.

Percibir y atender a los matices en una conversación resulta actualmente una capacidad insólita, sobre todo en las redes sociales, donde no podemos ver la expresión del rostro ni el tono de voz de quien está hablando.

¿No te pasa en demasiadas ocasiones que tienes que recordar los matices que has colocado en una afirmación y que tu interlocutor parece no haber oído? A mí sí y me resulta  triste y pelín desesperante. Además, la paciencia no es mi fuerte.

Pero al parecer existe una epidemia de sordera frente a los matices. O dices blanco o dices negro, pero no se admite el gris en ninguna de sus tonalidades. A veces esto ocurre con temas intrascendentes, como cuando digo que no siempre me apetece una cerveza y mi interlocutor entiende que nunca me apetece una cerveza o que no me gusta la cerveza. Por cierto, aclaro que me apetece muchísimo bien fría después de una excursión en verano.

Pero en otras ocasiones se trata de conversaciones más serias y el resultado de no percibir los matices es mucho peor.

Una de las últimas veces fue cuando escribí (y me reafirmo) que a veces llegan a desempeñar funciones de alta responsabilidad personas con las que jamás te irías a una isla desierta. ¿Debería haber puesto a veces “dos veces”?  ¿O bien A VECES en mayúscula, o a veces en negrita, o incluso A VECES en mayúscula y negrita?

Bueno, no lo sé, pero creo que si en lugar de escribir estuviera hablando probablemente hubiera repetido con dicción lenta y pelín sobreactuada: A-V-E-C-E-S y después pequeña pausa y mirada con sonrisita al interlocutor, más que nada por confirmar que lo pilla.

Ostras, ¿de verdad? ¡Qué cansado es esto! Además, he descubierto horrorizada que a mi también en ocasiones se me pasan por alto los matices de los demás. ¡Que te digo yo que es una epidemia! Y con efectos de deterioro de la convivencia.

Por lo tanto, ¡Que importante es aprender a hablar bien, escuchar bien, escribir bien y leer bien!

 

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