Esta es la frase fetiche de New Amsterdam, la serie de hospitales a la que estoy ahora enganchada. Sí, me reconozco seriófila y absolutamente ecléctica, porque ya me dirás qué tienen que ver Juego de Tronos, Lost, Gámbito de dama o Unortodox… relatos todos ellos que me han mantenido en vilo durante semanas.

New Amsterdam me gusta por varias razones:

  1. Son historias reales, muchas veces muy crudas, relacionadas con el difícil acceso a la sanidad por parte de la población empobrecida en Estados Unidos.
  2. A pesar de todo, destila optimismo y confianza en que se pueden cambiar las cosas, sobre todo si no se tiene miedo a romper las costuras de la burocracia y de la pretensión neoliberal de que la salud pública puede y debe ser rentable.
  3. La diversidad es notable entre el colectivo de personajes: blancos, asiáticos, negros, latinos, con discapacidad, inmigrantes ilegales, presos. Y nadie se salva de las dudas ni las ambivalencias, ni siquiera el protagonista, hasta cierto punto héroe, director del hospital que quiere cambiar las cosas cuanto antes.
  4. Muestra situaciones que quisiéramos que no existieran, como cuando cuenta el caso de la niña con ausencia total de empatía, sin capacidad ninguna de arrepentirse cuando infringe daño a su propia familia. No hay solución en este episodio, sino -tal vez- alguna salida, algún pequeño truco para reducir un poco las consecuencias nefastas de una convivencia muy dolorosa.

Pero además me gusta la frase-mantra que establece el protagonista nada más llegar al hospital: ¿cómo te puedo ayudar?.

Creo que junto con otras expresiones como Gracias, Perdona, Por favor, Lo siento mucho… constituye el pack mínimo de convivencia positiva que deberíamos promover sin miedo a caer en la ñoñería o en la cortesía almibarada. Pero, aunque lo fuera, siempre sería mejor que su ausencia.

Ayudar no es un verbo paternalista, porque se complementa con el Recibir ayuda. Todos ayudamos y todos necesitamos que nos ayuden en algún momento. Hay que incorporar ambos verbos para expresar de manera realista la vunerabilidad y la fortaleza del ser humano.

Reconocerlo y expresarlo forma parte de la construcción de un mundo más habitable, basado tanto en la justicia como en la fraternidad.

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