Confieso que me da un poquito de grima la adoración pedagógica a las emociones. Me explico: ¡claro que estoy a favor de la educación emocional! Es absolutamente necesaria para la convivencia. Además, el descontrol emocional no beneficia para nada el aprendizaje.

Lo que me pone en guardia es más bien el emocionalismo que, como una moda de temporada, a veces parece haberse adueñado de algunos discursos educativos. Como en tantas otras cosas, apuesto por el equilibrio. No me parece conveniente educar priorizando las emociones y desdeñando la racionalidad. Necesitamos la razón para ser objetivos y superar la tiranía del egocentrismo.

Diversos pensadores y analistas nos advierten de la borrachera emocional de nuestra sociedad y en cómo afecta la democracia. Entender la irrupción de las emociones en la política y en la opinión pública, comprender las atmósferas colectivas y los climas sociales va a ser más relevante, creo, que medir las opiniones, tan líquidas e inciertas. Las personas pensamos lo que sentimos, afirma Antoni Gutiérrez-Rubí en la Revista Ethic.

Las noticias falsas, los ataques de los trolls en las redes sociales, los debates-espectáculo donde lo que se valora es la capacidad de llamar la atención aunque sea a costa de insultar al adversario… toda esta porquería, que destruye poco a poco el diálogo y la aceptación de la pluralidad en la democracia, se apoya en el poder inmenso que tienen las emociones. No se trata de negarlas, pues. Todo lo contrario. Se trata de reconocerlas, encauzarlas y equilibrarlas con la reflexión y el razonamiento.

Estuve hace unos días en la presentación online del Anuario A+S 2020 de la Universidad Católica de Chile. El anuario recoge las prácticas de aprendizaje-servicio realizadas por estudiantes universitarios en diferentes asignaturas durante la pandemia. En el debate de esta presentación online, recibí una pregunta acerca del papel clave de las emociones en los proyectos de aprendizaje-servicio.

Efectivamente, en ellos las emociones y sentimientos se ponen a juego. La empatía, la compasión, la autoestima, el miedo a no ser capaz de llevar a cabo el servicio, la alegría por el logro… Está claro que la acción solidaria requiere emociones controladas. Todo en tiempo real, en situación real, de manera muy intensa, no simulada. ¡Sin duda, el aprendizaje-servicio es un espacio estupendo para la educación emocional!

Pero sería un error privilegiar este aspecto a costa de minusvalorar la razón y el pensamiento. Los problemas que se abordan en estos proyectos tienen causas y consecuencias, por tanto, datos y hechos que hay que analizar, contrastar, comprender, argumentar… Tomemos por ejemplo un proyecto de construcción de cajas-nido.

Si estamos montando cajas-nido para que aniden los carboneros que van a contribuir a eliminar la plaga de procesionaria, será insuficiente -aunque por supuesto necesario- alimentar la sensibilidad de niños y niñas frente al bosque degradado por la plaga.

Habrá también que entender en qué consiste la plaga y cómo se reproduce, porqué nuestros bosques la padecen y a qué árboles afecta, cuál es su alcance, qué consecuencias tiene a nivel ecológico, social, económico; identificar qué tipo de ave es un carbonero, hasta qué punto es efectiva su presencia contra la proliferación de procesionarias…

Sin estas funciones cognitivas, el servicio a la comunidad perdería su sentido transformador y se convertiría en mero entretenimiento teñido de sensibilidad.

En una espléndida entrevista en la revista Cuadernos de Pedagogía, Héctor Ruíz Martín sugiere que el factor emocional más importante para el aprendizaje es la motivación: No porque haga que nuestro cerebro aprenda mejor, sino porque hace que dediquemos más tiempo, más esfuerzo, más atención a lo que estamos aprendiendo y por lo tanto lo aprenderemos mejor.

Trasladado al aprendizaje-servicio: hay que aprovechar la motivación que suscita en chicos y chicas el servicio a la comunidad para conseguir aprendizajes sólidos.

Como dice Enric Roldán, un gran maestro, pedagogo y activista social de L’Hospitalet de Llobregat, el aprendizaje-servicio se sitúa en el lado del corazón de la cabeza. Bueno, o, si lo prefieres, en el lado de la cabeza del corazón.

Igual que el término busca el equilibrio entre aprendizaje y servicio, su praxis permite acercarnos a otro equilibrio, el de la emoción y la razón. ¡No lo desaprovechemos!

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