Vera parecía entusiasmada: ¡Muchísimas gracias por darme esta oportunidad, es lo que estaba buscando desde hace tiempo!

Buscábamos una persona voluntaria para ofrecer conversación en español dos horas a la semana a Edina, una chica inmigrante con escasos recursos económicos y Vera estaba acabando un máster sobre inmigración, pero no tenía hasta el momento ninguna relación ni experiencia directa con personas inmigrantes.

Entendimos su interés y excelente disposición y nos pareció que eran la mejor de las garantías para poder asegurar esta tarea hasta el mes de agosto. Edina, por su parte, también estaba muy contenta. Además, no había demasiada diferencia de edad entre ambas, por lo cual todo apuntaba a que la cosa iba a funcionar.

La responsable del proyecto la llevó a visitar la entidad de acogida de inmigrantes en la que se desarrollaría la tarea. Y realmente causó muy buena impresión a todos. La hora de conversación se iniciaría la tarde del martes de la semana siguiente.

Ese martes fue muy bien. Tanto Vera como Edina acabaron su primer encuentro semanal con una amplia sonrisa de satisfacción.

Pero no hubo un segundo encuentro. Ese mismo día Vera llamó por la mañana a la entidad diciendo que tenía que acompañar a su abuela al médico y que le resultaba imposible asistir. Todo el mundo lo lamentó pero aceptando el imprevisto, quedaron para la semana siguiente.

Quince minutos antes de la cita llamó Vera diciendo que no se encontraba muy bien y que ya avisaría en cuanto se restableciera. Han pasado tres semanas sin noticia de Vera y con Edina desmoralizada, pensando si podía ser que ella hubiera hecho algo mal.

En la entidad hay decepción, claro, pero siempre se acaban identificando dos posturas:

  • La supercomprensiva, con argumentos del tipo no deja de ser una persona joven; no deja de ser una voluntaria; bueno, quizás realmente ha tenido mala pata…
  • La exigente, con argumentos del tipo: si se ha comprometido, se ha comprometido; nos ha dejado en la estacada; ni siquiera nos ha llamado para buscar soluciones…

Yo estoy absolutamente alineada con la postura exigente. Sin matices y a riesgo de parecer la mala del cuento. No creo que ser joven o ser voluntario sea un argumento para justificar la ausencia de compromiso. ¿Acaso justificamos en nuestra vida personal que nos dejen plantados en la puerta del cine habiendo quedado expresamente? Lo que no justificamos en nuestra vida personal no lo podemos justificar tampoco en nuestra faceta social o ciudadana.

A nuestros niños y niñas hay que educarles para que respeten los compromisos que adquieren. Sin este respeto nada funcionaría en la sociedad, en las comunidades. Al menos que les queden tres ideas muy claras:

  1. Un compromiso es sagrado, tanto si es voluntario como profesional. Eso requiere esfuerzo y disciplina. Así de sencillo, no hay atajos.
  2. Si surge cualquier impedimento -que puede pasar- hay que buscar soluciones. Pasar el problema a otros no es una opción.
  3. Si, a pesar de todo, las cosas se tuercen y no se puede continuar, hay que acabar bien, lo mejor posible. Hay que cerrar las cosas: comunicar el problema, disculparse…

Relajar el concepto de compromiso, aceptar que éste pueda ser volátil, no nos hace más libres: nos hace más irresponsables, que es algo bien diferente.

Share This