Cierro los ojos y sueño que me voy de vacaciones a Colombia. Sí, de vacaciones. A montañear, que es lo mío, pero también a disfrutar de dos océanos, de ecosistemas diversos, de cafetales y colibrís que aquí no tenemos, del ajiaco colombiano, de las arepas, de los helados de paila, del jugo de guanábana…

Unas vacaciones para compartir con mis queridos colombianos Raúl, Víctor, Andrea, Beatriz, Jorge, Blanca Patricia, Iván, Gladys, Amanda… Unas vacaciones para volver a visitar en Popayán la más bonita escuela de educación especial que he visto en mi vida.

Parece un sueño imposible, incluso absurdo, a Colombia no se va una ahora a hacer turismo, me dice una voz interior, sacándome de la ensoñación. Y menos ahora. Porque Colombia, una vez más, duele.

Hablo con Raúl de los sucesos de violencia de los últimos días vividos en Cali y le pido que me mande información. La protesta social que empezó el 28 de abril contra una propuesta de reforma tributaria injusta acabó explotando por la acumulación de dolor: dolor por la frustración del proceso de paz firmado en el 2016 con las FARC; dolor por la precarización del trabajo y el empobrecimiento, por la dejación del sistema sanitario y del sistema educativo, por la brutalidad policial…

Como muestra del nivel de desesperación, una menor, Allison Salazar, se suicidó después de ser abusada sexualmente por la policía en Popayán. De esto estamos hablando cuando hablamos de violencia en Colombia. Quien debería protegerte, te ataca. Y los jóvenes están siendo los protagonistas de la respuesta ciudadana.

Entre los artículos en prensa, me emociona Una carta para Puerto Resistencia, del poeta, novelista y ensayista William Ospina:

¿Qué es lo que quieren estos jóvenes? Pues lo que quiere todo pájaro: poder volar y cantar; lo que quiere todo río, poder seguir su camino; lo que sueña toda vida, celebrar el mundo, merecer un destino, disfrutar de este breve tiempo que nos dieron sin sentir ese regusto amargo de que la tierra es de unos cuantos, de que la vida verdadera es de unos pocos, de que tenemos que dejar morir las ideas en nuestras cabezas, el talento en nuestras manos y el amor en nuestros corazones, porque el país es de cuatro dueños, porque los que tienen la tierra en vez de ponerla a producir la forran en alambre de púas, porque los que creen tener la cultura quieren guardarla en una caja fuerte…

Si una de las cosas que sorprenden en Colombia es el espíritu emprendedor y positivo de sus gentes, los jóvenes colombianos superan toda expectativa de resiliencia. Tuve el honor de conocer de la mano de Raúl algunas de las jóvenes que forman la Red Colombiana de Actoría Social Juvenil y me quedó bien claro que no se van a rendir fácilmente.

No luchan sólo por su futuro, luchan por el futuro de su país, luchan por conseguir una buena vida para toda la gente. En palabras del poeta, saben que:

Hay cosas que se aprenden en las aulas, hay otras que se aprenden en las calles, hay otras que se aprenden en las selvas. Que el país abra sus salones de montes y de ríos, de mares y llanuras, allí donde hay que aprender ahora las ciencias más necesarias: cómo curar el agua, cómo salvar el mundo, cómo producir alimentos orgánicos, comida sana, cómo cambiar las fuentes de energía, cómo proteger a las abejas y a los jaguares, cómo limpiar los ríos, cómo crear una economía justa, cómo hacer una industria que no contamine, una arquitectura que dialogue con la naturaleza y con el clima, cómo hacer ciudades bellas, amables con su gente.

Un día se cumplirá el sueño y será posible visitar Colombia para disfrutarla. Lo tengo muy claro, porque sus jóvenes quieren formarse y capacitarse para levantar su país. Lo van a conseguir.

 

Share This