Hace unos días el Diari ARA publicó un reportaje sobre la situación actual de los barrios más pobres de Catalunya y la contraponía a lo que denominaba El milagro de Bellvitge, citando como uno de los factores milagrosos el movimiento reivindicativo vecinal.

Puesto que soy del barrio -haber vivido 27 años en él me permite esta afirmación, aunque ahora viva en Barcelona- me siento motivada a añadir algunos factores más.

De entrada, estoy muy de acuerdo con lo que desgrana la periodista Mònica Bernabé en su reportaje: el movimiento vecinal consiguió parar en 1977 el Plan Parcial que pretendía construir casi el doble de viviendas de las que hay ahora, en el mismo espacio físico.

¡Un éxito increíble en el entonces muy reciente postfranquismo! El barrio, que debería haber crecido hasta 80.000 habitantes, se quedó en menos de la mitad. El terreno liberado fue ganado para espacios verdes, equipamientos y servicios: calidad de vida, de disfrute y de autoestima colectiva.

Creo que para explicar las razones del milagro son también muy relevantes otros factores. Voy a citar algunos, aunque bien seguro que hay más:

  • Las escuelas del barrio: La labor educativa e inclusiva de los centros educativos del barrio ha sido constante. Ha ido subiendo claramente el nivel cultural de los hijos e hijas de aquellos primeros vecinos que llegaron al barrio. Me gustaría señalar también que las escuelas concertadas, entre ellas una de teresianas y otra de jesuitas, han desempeñado una función integradora, en absoluto alineadas con el espíritu segregador con el que a veces se identifica al sector de la concertada.
  • Los clubs de tiempo libre y movimientos juveniles: Una característica de Bellvitge desde casi sus inicios fue la presencia activa de diversas iniciativas de educación no formal, cosa que no ocurría en otros barrios. Con la actividad de estas entidades, los niños y niñas no sólo descubrían maneras alternativas de ocupar su tiempo libre fuera de la escuela, sino que también incrementaban su conocimiento de Cataluña a través de las excursiones, colonias y campamentos. Además, fortalecían sus valores sociales y se generaba una apreciable tradición de voluntariado e implicación en los asuntos del barrio.
  • La acción de las parroquias: Las dos parroquias del barrio (una en la zona norte y otra en la zona sur) actuaron también como centros comunitarios, de acogida, de atención a las necesidades sociales y, en los últimos años, de inclusión de la inmigración.
  • Las iniciativas asociativas, públicas y mixtas de promoción de la cultura: la creación del Aula de Cultura, el impulso de la Fiesta Mayor del barrio, la Banda de Música, los grupos sardanistas, el grupo de Diables, el grupo de Gegants i Grallers, la cooperativa LaFundició… Todo un conjunto de proyectos han ido reforzando la identidad del vecindario con su barrio.
  • El pequeño comercio local: Bellvitge dejó de ser un barrio dormitorio también cuando empezó a florecer la vida comercial, que aporta cohesión e identidad a los barrios.
  • Las políticas sociales y urbanísticas del Ayuntamiento y la Generalitat: el ajardinamiento de los espacios entre bloques, la creación del Parque de Bellvitge y la urbanización del entorno de la ermita, el polideportivo Municipal Sergio Manzano, la llegada del metro al barrio… son una buena muestra de cómo los equipamientos e infraestructuras inciden en la mejora de la calidad de vida.

Eso sin contar que las asociaciones de vecinos continuaron su tarea reivindicativa una vez lograron revertir el Plan Parcial…

Bueno, lo que he aportado es una visión esquemática y además subjetiva. Sé que me dejo muchos elementos y los compañeros y compañeras del Centre d’Estudis de L’Hospitalet, y María Ángeles García-Carpintero -mi querida Carpin-  que son los expertos, pueden enmendar y completar la lista.

En cualquier caso, sí, los milagros existen. Pero nada es casualidad. Y hay factores que conducen al milagro y es bueno reconocerlos para multiplicarlos.

 

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