Ya sé que en todas partes hay gente pirada ostentando cargos de poder y dinamitando y destruyendo todo lo que pueden. En todas partes y en todos los sectores.

Pero la verdad es que es en el tercer sector donde me despierta más interrogantes. Yo provengo de este mundo y valoro su función social, por eso me inquieta la capacidad letal que tienen aquellos directores, gerentes o presidentes de asociaciones o ONG cuya salud mental es más que discutible.

De entrada descoloca un poco que eso ocurra en entidades sociales sin afán de lucro. Tal vez porque se espera de ellas que funcionen como  pequeños oasis de buen hacer y de buen rollo. Son organizaciones que persiguen causas nobles y quienes se adhieren suelen ser personas solidarias y comprometidas, en muchos sentidos, gente admirable.

Pero admitamos que a veces llegan a desempeñar funciones de alta responsabilidad personas con las que jamás te irías a una isla desierta.

En ocasiones simplemente son personas inseguras, arrogantes, con una enorme necesidad de autoafirmación y protagonismo. Hablar de poca salud mental en este caso tal vez es exagerado. No dejan de ser problemillas típicos de cualquier grupo humano. La cuestión es que, siendo las personas que ejercen el liderazgo, pueden contaminar en cascada la cultura relacional y de trabajo de la organización.

Por ejemplo, cuando no quieren ni saben delegar, ni se fían de nadie; cuando ningunean a personas que tienen mayor capacidad o conocimientos; cuando toman decisiones temerarias o por simple cabezonería; cuando comprometen en público la imagen de la entidad… En estos casos el líder difunde -y asienta, porque es el líder- la cultura de la desconfianza, del desprecio al conocimiento, de la improvisación, de la falta de respeto…

Ahora bien, el problema llega a dispararse cuando ya no se trata de pequeñas miserias del alma humana que todos tenemos, sino que claramente el director, gerente o presidente está como una cabra y nadie le frena.

Sus opiniones varían del lunes al martes, tiene ataques de furia, se mantiene en alto grado de ansiedad, se obsesiona por temas intrascendentes y deja pasar asuntos graves… En estos casos los problemillas pasan a mayores, la irracionalidad y la visceralidad se instalan, el mobbing acaba funcionando como herramienta de selección de personal…

Podríamos preguntarnos cómo ha llegado a subir tan arriba una persona en semejantes condiciones. Pero si bien hay identificar las causas, lo terrible son las consecuencias y la incapacidad de poner freno que muestran quienes deberían ponerlo.

Vamos a ver, en estas entidades sociales ¿acaso no hay un órgano, llámese junta directiva o patronato o lo que sea, para controlar esto? ¿Por qué las personas que forman parte se inhiben muchas veces de la responsabilidad de reconducir la situación? Intuyo alguna hipótesis del por qué de esta paralización, pero no tengo ninguna base científica para demostrarlo.

A veces quienes forman parte de los patronatos o juntas directivas son personas voluntarias a las que se las ha ido a buscar para legitimar la actuación de la entidad social y nadie espera de ellas -ni ellas mismas tampoco- una gran tarea resolutiva, si acaso de representación de la entidad frente a las Administraciones Públicas.

Por lo tanto, cuando se desata un problema en el interior de la entidad, confían en que el director o gerente lo arreglará, cosa correcta en principio. Pero si el problema radica en el mismo director o gerente o, lo que es peor, en la persona que preside la entidad, entonces ¿quién quiere meterse en un lío que no va a poder o saber resolver? ¿Quién le pone el cascabel al gato?

No tengo soluciones, ya me gustaría, ¡qué lástima! En todo caso, la prevención es necesaria: busquemos a las personas más adecuadas para liderar los colectivos. No siempre van a ser las que tengan más disponibilidad ni más interés en la función directiva. La tarea de liderar es delicada y no se puede resolver a ver quién levanta la mano.

Nota al margen: El personaje de la foto es Séneca, el precioso gato de mi amiga Nuria @nuriallort.artanimal

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