A veces, paseando por la montaña, hay personas que me preguntan ¿Y tu cómo sabes que esto es una haya? ¿Cómo sabes que esto es un milano? ¿Cómo sabes que en esta zona hay cuevas…?

¿Y nosotras cómo sabemos que George Clooney se llama George Clooney? – respondo.

– ¡No es lo mismo!

– Creo que sí. Estábamos en el cine, sala oscura, sólo la pantalla iluminada y de repente aparece un tipo impresionante que llena la escena… ¿quién demonios es este tipo? Al acabar la película, identificamos su nombre en los créditos. No se nos ha olvidado y sabemos quien es cada vez que lo vemos en el cine, la televisión, en una revista…

Sabemos su nombre porque una vez ocurrieron tres cosas consecutivas: primero nos fijamos en él, luego capturó nuestra atención y finalmente despertó nuestro interés.

Para que algo o alguien despierte nuestro interés a veces no es necesario ninguna ayuda externa. Mira el caso de George Clooney, ¡que nadie nos tuvo que insistir!.

Pero, otras veces, si alguien no te conduce a fijarte en una cosa, pues no te fijas y te pierdes la oportunidad de descubrir algo interesante. Yo he tenido la suerte de contar con amistades que me contagiaron su amor por la naturaleza, por eso sé lo que es un haya, un milano o en qué tipo de terreno hay cuevas. Así de simple.

Esto viene al caso de lo importante que es ayudar a nuestros niños y niñas a abrir los ojos y fijarse en lo que les rodea. Matizo: fijarse en las cosas reales que les rodean, porque en las virtuales ya tienen suficientes estímulos y no necesitan más.

En este sentido, mi amiga Anna Ramis está impulsando una campaña absolutamente razonable y necesaria: De cero a tres, nada de pantallas. ¡Ojalá se extienda la percepción de que hay que actuar con prudencia cuanto al acceso a la tecnología por parte de los menores de edad!

Independientemente del efecto directo que tiene el abuso de pantallas en la impaciencia, la dificultad para concentrarse, la irritabilidad, la salud emocional, etcétera, de nuestros niños y niñas, existe también otro efecto en lo que se están perdiendo por el hecho de dedicar demasiado tiempo a las propuestas del mundo virtual.

Una de las palabras más sencillas de usar en la infancia es la palabra Mira -con admiración- y uno de los rasgos más bonitos de desarrollo de los bebés es el extender el dedo índice de la mano para señalar algo. Hagamos lo posible para que este interés espontáneo no se pierda y para que nosotros no nos olvidemos ni  nos de pereza invitar a mirar:

– ¡Mira qué perro más bonito!

– ¡Mira qué buen vecino es este señor que recoge a caca de su perrito!

– ¡Mira este pájaro blanco y negro tan elegante, es una urraca!

– ¡Mira este pececito, es un alevín de trucha!

-¡Mira lo que está leyendo esa niña!

– ¡Mira cómo ha quedado el cielo rojo y naranja con la puesta de sol!

– ¡Mira las ortigas! Pican y no hay que tocarlas…

Cuando ayudamos a los niños y niñas a fijar su atención en una persona, una animal, una planta, una piedra, un libro… les estamos ofreciendo la oportunidad de interesarse por algo diferente a su comodidad, a su ombligo, a sus deseos inmediatos.

Pero, además, les estamos manifestando otra cosa: que estamos a su lado, que nos importan, que merecen nuestra atención, que no les aislamos con una pantalla para que nos dejen tranquilos y no molesten, sino que les acompañamos de verdad.

No es pedagogía sofisticada. Es amor y sentido común.

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