A Aleix le costaba conciliar el sueño por el maldito ruido de una gota incesante, aparentemente de un grifo mal cerrado. Se levantaba una y otra vez, repasaba los grifos de toda la casa y no había manera de descubrir dónde estaba el que goteaba.

La formidable película Uno para todos, de David Indulain, acaba sin resolver este incidente doméstico. Fui a verla el pasado miércoles, invitada a una proyección especial para socios del Diario de la Educación.

En el coloquio conducido por Jaume Cela al acabar la película, una persona del público formuló la cuestión al director, presente en la sala. No oculta ningún significado especial, respondió.

Bueno, a veces no todo significa alguna cosa. Pero en mi caso, como espectadora, sí que le atribuí un significado simbólico. Voy a ello.

La película va de un maestro interino, Aleix, que tiene que afrontar un problema de rechazo de su alumnado de Primaria hacia un compañero que vuelve a la escuela después de haber padecido cáncer. El chico no era precisamente el angelito y casi nadie en la clase se alegra de su vuelta.

Como Jaume reveló en su crítica de cine del mes de junio,  del maestro no sabemos nada o casi. Aleix debe tener un pasado e intuimos que la vida la ha herido. Sólo en la medida en que pueda ayudar a sus alumnos a afrontar la llegada del compañero enfermo y la imprescindible reconciliación, sólo en el momento que sea capaz de decir a una de las chicas que si quiere ayuda debe ser lo suficientemente valiente como para pedirla y aceptarla, podrá él también firmar las paces con el pasado.

Pues bien, para mí el goteo es precisamente ese asunto pendiente que Aleix tiene con su pasado. Un conflicto al cual finalmente consigue enfrentarse cuando ayuda a otros a resolver los suyos.

Creo que esta es una gran lección que la vida nos da cientos de veces. Mirarnos el ombligo frecuentemente no nos hace más lúcidos a la hora de comprendernos mejor y resolver nuestros demonios internos.

Eso ocurre no sólo ocurre a nivel personal, sino también a nivel de grupos, igual que en la película: los niños y niñas se reconcilian y superan sus problemas cuando se ponen a hacer juntos una cosa que les ilusiona y dejan de dar vueltas, como pececitos atrapados dentro de una pecera, a sus rencores y venganzas.

Durante muchos años me estuve enfrentando al tópico de que los grupos de niños y niñas “no podían hacer nada por los demás si primero no resolvían sus conflictos internos”.

Yo sostenía lo contrario, porque la experiencia así me lo había demostrado, pero los tópicos son fuertes, a veces incluso confortables e incluso tienen su parte lógica, en este caso eso de “lo primero es lo primero”.  La verdad es que tuve muy poco éxito a la hora de convencer con mis argumentos. Pero también puedo afirmar que quienes me contradecían tampoco nunca pudieron demostrar los suyos.

A parte de estas reflexiones, la película me gustó muchísimo por la elección de los actores, el entorno rural y el finísimo sentido del humor. Y porque sales del cine con optimismo y confianza y esto es impagable.

Muchas gracias a David Indulain por este regalo de verano. Y a Jaume Cela por centrar espléndidamente el debate. Y a la Fundació Periodisme Plural por provocar este encuentro tan estimulante.

 

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