¿Alguien recuerda cuando se podía ir en moto sin casco? ¿Cuando no era obligatorio ponerse el cinturón de seguridad en el coche? ¿Cuando se fumaba en clase, no sólo en los bares?

Todas estas acciones, que ahora juzgaríamos como rechazables, en su momento estuvieron tan extendidas que casi parecían un “rasgo identitario” difícil de eliminar.

¡Uy, somos un país indomable! -opinaban algunos- ¡nunca aceptaremos estas restricciones…! ¿Que no? ¡Zasca! El tiempo, las leyes y la presión educativa en cambiar la mentalidad, hacen milagros.

Lo que parecía casi imposible resulta que no lo era. Creo que lo mismo puede pasar con las bolsas de plástico, el uso del coche en la ciudad y tantas otras cosas, para decepción de los amigos del apocalipsis.

Esto viene a cuento de ¡El mundo va mucho mejor de lo que piensas!, el libro de Jacques Lecomte que me recomendó el editor y amigo Jordi Nadal, de editorial Plataforma.

Es sin duda un título provocativo, porque la mayoría de las personas preocupadas por la crisis ecológica y social de nuestra sociedad tendemos a pensar que las cosas van mal, muy mal.

Pero para cambiar el mundo es necesario ser objetivo y ver no sólo lo que no funciona, sino también lo que ha mejorado y las causas de esa mejora.

Lecomte afirma, y yo estoy de acuerdo con él, que la estrategia de dramatizar el estado del mundo para provocar un choque saludable tiene sus peligros: Un tiempo de denuncia puede resultar útil, pero si se prolonga en exceso, tiende a arrastrarnos hacia la agonía catastrófica, hacia un sentimiento de impotencia y, consecuentemente, al inmovilismo.

El libro de Lecomte me encanta por su estructura tan didáctica, su lenguaje de divulgación, la documentación extensa con que sostiene lo que afirma y también por su espíritu de “manos a la obra, que hemos conseguido grandes cambios y debemos conseguir más”.

Tras una introducción en la que descubre la tentación de los que llama los profetas de la desgracia, el autor abre cuatro bloques, de los cuales analiza unos cuantos parámetros que arrojan resultados sorprendentes mirándolos en la perspectiva de varias décadas de evolución:

  • el humanitario (pobreza, hambre, educación, democracia, demografía)
  • salud (mortalidad materno-infantil, viruela, sida, paludismo)
  • medioambiente (capa de ozono, bosques, biodiversidad, transición energética)
  • violencia (guerras, terrorismo, criminalidad, pena de muerte)

De cada uno de ellos muestra cuáles han sido las mejoras conseguidas –aportando infinidad de estudios- por qué se han dado estas mejoras y por qué no hay que bajar la guardia y queda mucho camino a recorrer. Al final aporta 50 razones para ser optimista.

Concluye el autor: El mundo necesita hoy, más que nada, mensajes de esperanza realistas, que nos muestren que un mundo mejor es posible y que cada uno de nosotros puede contribuir a que así sea.

Y yo me pregunto… ¿es que alguien hoy desearía vivir en la Edad Media? ¿En medio de la Segunda Guerra Mundial?

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