Leía esta mañana Les altres restes de Franco i l’educació religiosa, el artículo que ha escrito Jaume Trilla para el Diari de l’Educació.

La verdad es que me parece un buen artículo, aunque no comparta con el autor la intensidad de su rechazo hacia la asignatura de religión. Afortunadamente todavía conservo una mínima capacidad de apreciar opiniones divergentes a las mías, aunque en este caso la divergencia tampoco es que sea muy grande.

La reflexión que nos aporta Trilla está muy bien estructurada, contiene referencias históricas clave para entender la cuestión y además propone, frente a la situación actual, una alternativa clara: cultura religiosa en el sistema educativo formal y religión confesional en casa, los lugares de culto o mediante la educación no formal que sea.

Pues yo estoy de acuerdo con esta solución… ¿dónde hay que firmar? Y, sin embargo, hay algo en este asunto que no puedo olvidar y tiene mucho que ver con los casi 30 años que viví en el barrio de Bellvitge. Me gustaría explicar porque no comparto -aunque comprendo- la intensidad del rechazo.

Creo sinceramente que la evolución en positivo de mi barrio tiene mucho que ver con la presencia y actuación comprometida de dos escuelas confesionales: un colegio de jesuítas y otro de teresianas. Claro que no constituyen el único factor ni el más importante en el progreso del barrio, pero estoy convencida que ambos centros educativos jugaron un papel clave en la educación ciudadana de los chicos y chicas que lo habitaban.

Y si jugaron un papel clave fue porque aparte de ser centros religiosos eran escuelas inclusivas y socialmente comprometidas. No son cosas incompatibles. Eso también pasa otros lugares, como por ejemplo el colegio Padre Piquer, en el barrio de la Ventilla de Madrid. Bueno, por eso me molesta un poco cuando se mete a toda la concertada religiosa en el mismo saco y se la acusa de elitista. Aunque en un territorio hubiera una mayoría de colegios de este tipo que fueran elitistas o segregadores, me parece injusto olvidar o ningunear a los que tienen una vocación claramente social.

Y sí, seguramente en estos centros de mi barrio se promovía la religión católica. Puede que me influya el contacto con colectivos de América Latina próximos a la Teología de la Liberación, pero poniendo en un plato de la balanza el compromiso social y la voluntad inclusiva y en el otro plato la asignatura de religión, el celebrar misas en el centro, etcétera, la verdad es que me pesa mucho más lo primero.

Por eso no vivo el rechazo a la asignatura de religión como un cassum belli, aunque la solución que propone Trilla me parece acertada.

 

 

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