Todavía estoy impactada por El Reino. Me parece una gran película, con un guión, una dirección y una actuación impecable. La puedes describir como una trama de intriga acerca de la corrupción, pero encierra muchas más cosas y las va exponiendo con mucho realismo, sin contemplaciones.

Como dice su director, Rodrigo Sorogoyen, es fruto del cabreo que tanto a la coguionista Isabel Peña como a mí nos produce ver la impunidad con la que aquellos en el poder han estado robándonos y comportándose sistemáticamente como criminales, y luego justificándose diciendo cosas como “es el mercado, amigos”.

Me conmueve y me resulta especialmente lúcida la manera como esta película va desgranando aspectos nada amables de nuestra condición humana:

  • la tremenda adicción al poder y al dinero: no sabes cuál de las dos es la más fuerte. ¿Por qué las personas que ya viven con muchísimo lujo y comodidades quieren más dinero todavía? No me creo la coartada de que lo hacen para asegurar bienestar a su familia…
  • la capacidad de traición entre amigos: a veces, como en la película, se trata de traicionar para salvarse uno mismo de la cárcel, de las multas, del descrédito o de la bajada en picado de la escalera del poder… pero otras veces – como ocurre en muchas empresas y administraciones- es producto de un miedo irracional a quedar fuera del mapa: al amigo o compañero que ha caído en desgracia se le aparta y se le trata como a un apestado, del que hay que apartarse para no parecer que se le apoya.
  • la fuerza de la venganza: corroe y destruye por dentro, sobrepasando el sentido común y la prudencia mínima. La segunda parte de la película describe con crudeza hasta dónde es capaz de arriesgarse la persona alimentada sólo por su deseo de venganza.
  • la ausencia de reflexión sobre el mal: reflejada en el ritmo frenético in crescendo y la perplejidad del protagonista cuando en una entrevista final se le plantea si ha sido consciente o no de la naturaleza dañina de sus actos. Esta indiferencia o falta de conciencia del mal que podemos llegar a causar indica lo fácil que resulta caer en una pendiente progresiva de deshumanización.

En definitiva, coincido con la escritora María Iglesias en que es una película muy estimable, con mil elementos que pretenden que nos cuestionemos los claro-oscuros del mundo actual y las múltiples caras de la verdad, los bordes de la supremacía y el ansia de dominio de aquellos (y/o aquellos) que nos rodean.

Hay que verla y luego conversar largamente para intentar vacunarnos contra todo aquello que denuncia.

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