Una molesta infección bacteriana me ha impedido correr esta mañana la Cursa de la Mercè. Y me ha dado bastante rabia, porque me hacía mucha ilusión.

Empecé a correr como resultado de una frustración, hace más de treinta y cinco años. Resulta que estábamos preparando una ascensión clásica al Balaitús, de 3.144m. por una de sus vías normales desde la vertiente francesa.

Es la ruta que sale del refugio Larribet, remonta el valle de Batcrabère y salta a la vertiente española por el Col Noir (el collado negro). Desde allí asciende hasta el abrigo Michaud y sube por la vía llamada de la Gran Diagonal hasta coronar la cima.

Me la sé de memoria, porque he subido al Balaitús tres o cuatro veces por esta misma ruta. Sin embargo, la primera vez que lo intentamos resultó un fracaso: me quedé agotada sólo de alcanzar el Col Noir.

¡Me di cuenta de lo poco en forma que estaba! Y tuve la convicción de que lo no conseguiría si no mejoraba mi estado físico. Eran las vacaciones de verano y al volver al trabajo y contar la experiencia, un compañero me propuso que me entrenara a base de correr por la ciudad. Entonces se llamaba “footing” o “jogging”, igual de esnob que ahora decir running cuando se puede decir correr.

Así que empecé a correr -no mucho, pero regularmente- sólo con el objetivo de poder trepar a las montañas que quería. La primera carrera propiamente dicha que hice consistió en dar dos vueltas a mi barrio, Bellvitge, durante una Fiesta Mayor. Luego he participado varias veces la carrera de la Mujer. Y en los últimos tres años me he ido animando con las de 10 km…

Poco a poco, no sabría decir como, el correr se me fue transformando de un medio en un fin con sentido en sí mismo. Hasta el punto de que este verano, subiendo al Mont Valier, ya estaba pensando en que su desnivel considerable me suponía un buen entrenamiento para la Cursa de la Mercè.

Bueno, la montaña sigue siendo mi prioridad, pero reconozco que correr me tiene atrapada y que las carreras populares cada vez me atraen más.

Pero al igual que la montaña a veces se resiste por una u otra razón (mal tiempo, escaso entrenamiento, riesgo de aludes, una mala caída…)  con las carreras pasa lo mismo. Y hay que aceptarlo. No somos dioses ni máquinas. Somos soñadores y ya estamos pensando en la próxima ocasión.

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