Cada vez que baja mi hija de la montaña a visitarnos y nos damos una vuelta por Barcelona se queja de que camino demasiado rápido. Tiene razón. Nos pasa a muchos. Vamos corriendo a todas partes incluso cuando estamos paseando y en realidad no tenemos prisa.

Corremos y picoteamos también mentalmente, saltando de un tema a otro, intentando apagar fuegos y solucionar cosas que tal vez no son importantes o ni siquiera urgentes. Acabamos construyéndonos una vida pasapantallas, irritantemente vertiginosa y perdemos el hábito de profundizar en nuestras vivencias y sentimientos.

La comunicación hoy es instantánea, toda la información está al alcance de un mísero clic y nos hemos vuelto muy impacientes. Tal vez somos más productivos, no estoy segura, pero, en cualquier caso, pagamos un precio elevado: reflexionamos menos, observamos menos, disfrutamos menos. Pasamos por alto una infinidad de pequeñas cosas que ocurren a nuestro alrededor.

Hace poco nuestro amigo artista Jordi Barba nos envió Gaia y la perra Alaska,  un cuento ilustrado con bellísimas imágenes, acerca de la relación de su nieta con la perra de sus tíos.

Gaia es una niña de tres años que sufre una discapacidad severa y muy poco frecuente. Su proceso de desarrollo es muy lento y cada pequeño avance es una fiesta para su familia.

El contacto con Alaska ha despertado sensaciones nuevas, no sólo en Gaia, sino también en toda su familia, que, a diferencia de la tendencia social general, ha aprendido a observar y apreciar a cámara lenta, con infinita paciencia y constancia, cualquier pequeño progreso.

Creo que los niños y niñas con discapacidad nos regalan la oportunidad de recobrar el sentido y el placer de la lentitud. La oportunidad de colocarnos con calma lentes binoculares en los ojos para ver el mundo micro, los mínimos detalles, las mínimas cosas positivas, todo aquello que pasa desapercibido a la mayoría.

Gracias, Jordi, por compartir tu sensibilidad artística y humana. Deberíamos aspirar al lujo de la lentitud.

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