Fiona se pasa la vida cuidando a los demás. Cocina, recoge, limpia, ordena,repara… lo que su desastrosa familia Gallagher come, tira, ensucia, desordena, rompe.

Es uno de los personajes de Shameless, la serie de televisión más esperpéntica, cruda y contradictoria que he visto, de la cual me he vuelto un poco adicta si es que la adicción acepta este matiz.

Te ríes en una escena y en la siguiente se te encoge el corazón de tanta miseria humana y tanta desolación, en especial con la angustia de Fiona al no poder escapar de la trampa en la que ha caído: la de funcionar como última responsable de los actos de los demás, de su estado de salud, de su educación, de su alimentación, de su higiene… sin pausa ni descanso.

En cierta manera, Fiona y su circunstancia representa la tremenda contradicción de las mujeres: conscientes de que las personas somos seres de cuidados, actuamos como si todo dependiera de nosotras.

Y hasta cierto punto esto es verdad, porque sin la sensibilidad y dedicación al cuidado que ejercemos las mujeres, esta sociedad no funcionaría.

Decía Leonardo Boff que el ser humano es fundamentalmente un ser de cuidado más que un ser de razón o de voluntad (…). Las humanas y los humanos ponen y han de poner cuidado en todo: cuidado por la vida, por el cuerpo, por el espíritu, por la naturaleza, por la salud, por la persona amada, por el que sufre y por la casa. Sin el cuidado la vida perece.

La ética del cuidado nos mueve a ser personas generosas, no sólo justas, con la percepción de que el otro es también nuestro hermano, por tanto, nos interesamos por él, sus problemas son también nuestros problemas y el hecho de que pueda superarlos es también una ayuda para nosotros mismos.

El problema no es cuidar a los demás, sino que sólo o principalmente sea la mitad de la humanidad quien se encargue de ello. Cuando eso ocurre el cuidado se convierte en una trampa: el bienestar de unos depende del sacrificio y la renuncia permanente de las mujeres. El concepto desvivirse cobra aquí un cruel sentido.

Por ello es crucial educar en esta mirada, desfeminizar el cuidado para que sea universal, tal como expone la ONG Intered en la Guía de Aprendizaje-Servicio con mirada de cuidados, que acaba de publicar.

Una aportación pedagógica que propone, entre otras cosas, trabajar con mujeres y hombres (niñas, niños y jóvenes) en torno a nuevas formas de relaciones de género y de igualdad dentro de los hogares que pongan énfasis en la corresponsabilidad de los trabajos de cuidados y en la redistribución del poder de manera equitativa.

No hay que renegar del cuidado, ni tampoco minimizar o ignorar su importancia, porque la tiene y mucha. Hay que socializarlo, compartirlo y repartirlo. Todos debemos cuidar a los otros, los hombres también.

Y si esto no cabe en nuestra sociedad productivista y monetarista, lo que debemos hacer es cambiarla.

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