Confieso que soy de naturaleza precipitada. Mi tendencia no ya a la acción, sino al activismo, puede ser mareante para los que me rodean.

Cuando se me ocurre hacer algo, sin darme cuenta ya me estoy levantando para hacerlo. Casi sin pensar y a veces sin el casi. Eso no es bueno.

Reconozco que debería mejorar mi capacidad de reflexión y que esto no deja de ser un problema en la educación, que siempre es lenta, como bien explica Joan Domènech.

Esta mañana en la IV Jornada de Investigadores en Aprendizaje-Servicio la reflexión ha sido uno de los temas clave.

Todos los ponentes de la primera parte de la mañana han revelado la necesidad de acompañar de reflexión los proyectos de aprendizaje-servicio, identificándola:

Andrew Furco como uno de los más claros elementos de calidad en los proyectos.

Laura Rubio como una condición para la construcción de conceptos teóricos.

Manuel Caire como un componente necesario para la intervención social.

José Tomás Montalva como herramienta para desarrollar las habilidades transversales.

Marcela Martínez Vivot y Martín Ierulo como proceso para consolidar las competencias profesionales.

Yo añadiría que además de los aprendizajes que favorece, la reflexión es necesaria porque a día de hoy tendemos a la dispersión y a pasar pantalla rápidamente. Nos conviene, por estricta salud mental, centrarnos y desacelerar.

Por eso me ha encantado la cita de Jorge Larrosa que Martín nos ha regalado al final de su exposición, que resume el valor de la reflexión lenta:

La experiencia, la posibilidad de que algo nos pase, o nos acontezca, o nos llegue, requiere un gesto de interrupción, un gesto que es casi imposible en los tiempos que corren: requiere pararse a pensar, pararse a mirar, pararse a escuchar, pensar más despacio, mirar más despacio y escuchar más despacio, pararse a sentir, sentir más despacio, demorarse en los detalles, suspender la opinión, suspender el juicio, suspender la voluntad, suspender el automatismo de la acción, cultivar la atención y la delicadeza, abrir los ojos y los oídos, charlar sobre lo que nos pasa, aprender la lentitud, escuchar a los demás, cultivar el arte del encuentro, callar mucho, tener paciencia, darse tiempo y espacio.

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