Cuando la realidad nos sacude con tanta violencia que nos deja secos, como en el reciente atentado terrorista de Barcelona, por lo menos hay dos necesidades urgentes que nos atenazan:
La primera es saber qué está pasando, entender mínimamente por qué pasa lo que pasa: ¿Cuál fue el motivo? ¿Por qué hay personas que creen que pueden matar a otras simplemente porque no comparten sus ideales? ¿Es una determinada religión la que empuja a cometer semejante atrocidad?
La segunda es creer que hay esperanza. Que algo se puede hacer, que alguna solución, por pequeña o incompleta que sea, podemos encontrar y emprender. Que aunque la ruta sea larga, estamos en el buen camino…
Las personas que nos dedicamos a la educación solemos agarrarnos a este salvavidas: ¡a la larga sólo se puede curar con educación! Y nos referimos al enorme porcentaje de asesinos analfabetos, vulnerables a la manipulación, con escasos recursos culturales, o a la ausencia de una pedagogía firme en valores humanos.
Aunque es una imagen consoladora en la que sueño muchas veces, me temo que la educación por si sola no va a solucionar el terrorismo. Tampoco el cambio climático, ni las graves injusticias y desequilibrios sociales. Creer en el poder milagroso de la educación es ilusionismo pedagógico. La educación es parte de la solución, es absolutamente necesaria, pero también insuficiente.
Tres lecturas me están ayudando mucho a reflexionar estos días:
Objetivo: califato universal. Claves para entender el yihadismo, de Eduardo Martín de Pozuelo, Jordi Bordas y Eduard Yitzhak. Lo acabé antes de agosto y lo estoy releyendo ahora. En su momento me ayudó a entender que, aunque lo ignoremos, estamos en guerra porque alguien está en guerra con nosotros.
Es hora de buscar todas las causas del terrorismo, un artículo muy lúcido de Jaume Flaquer. Me está ayudando también a no darme por satisfecha con las respuestas simples.
Yo sí tengo miedo, la valiente reflexión de Najat El Hachmi. Me consuela encontrar en sus palabras el mismo hilo argumental que tejíamos hace apenas unas horas Xus Martín y yo en la montaña, lejos del desastre de Barcelona. Afirma Najat:
Es ideología, no espiritualidad, es proyecto político más que religión. Propone a los creyentes desarraigados una utopía al alcance, una adscripción identitaria segura y una pertenencia sin matices. Sí, este nacionalislamismo existe y está penetrando como no había hecho nunca, hasta el punto que muchos jóvenes cuando hablan de su religión describen, sin saberlo, esta nueva forma excluyente.
Hay mucho trabajo educativo que hacer, por supuesto, pero no sólo.
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