Mientras me pregunto qué podría regalar estas Navidades, qué cosas serían realmente útiles, valoradas, celebradas y aportarían un poco de felicidad… me llegan dos entrevistas que me dan mucho que pensar.

La primera es a la socióloga italiana Roberta Paltrinieri, muy crítica frente a la búsqueda de la felicidad en el consumo compulsivo e insaciable:

Es necesario superar la dimensión instrumental del bienestar individual para estimular un nuevo modelo que ponga en el centro el bienestar colectivo entendido como relación que desarrolla confianza, reciprocidad. Las sociedades felices son las que producen relaciones, vínculos. Las infelices son las que en el lugar de las relaciones venden productos. En síntesis: la gente feliz genera vínculos; los infelices compran compulsivamente. 

La segunda es al economista Juan Torres López, uno de mis referentes cuando intento entender cuatro cosas de la debacle económica y social.

Para los economistas hay dos grandes invisibles: el medio ambiente y los cuidados, eso que no tiene expresión monetaria y que sin embargo es fundamental para la vida. A mí me gusta decir que el objetivo de la vida económica es el sustento del ser humano y, por tanto, lo primero que tendríamos que priorizar es el cuidado porque sin él no podemos seguir adelante ni vivir. Ahí tenemos un camino que está casi todo por recorrer. (…). Para resolver el problema de los cuidados no solo hacen falta recursos, sino acabar con los valores del patriarcado.

Las reflexiones de Roberta y Juan me conducen al valor de las relaciones personales, del disfrute del otro y con el otro… como decía Víctor Frankl, de esa felicidad que se siente cuando uno contempla a las personas que ama.

Compartir una tarde de juegos, un paseo por la montaña, ir al cine, cocinar para tus invitados, contar chistes, conversar sobre la vida y la muerte, en una palabra, cuidarse y cuidar… éstos son los verdaderos regalos útiles, que no se agotan, no se quedan obsoletos, no se les acaban las pilas, no se rompen, no se consumen en un plis plas, porque -y ahí está la magia- se multiplican.

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