¡Y ese alguien muchas veces es el jefe! No hay reunión con personas que pertenecen al mundo asociativo o bien educadores o profesorado en la que, tarde o temprano, no aflore preocupación por los conflictos de gestión de los equipos, en los cuales el problema se acaba situando en la dirección.

Si bien el pepito grillo progre que muchos llevamos dentro inmediatamente supondría que se trata de problemas de autoritarismo o despotismo por parte del jefe, resulta que en bastantes ocasiones el problema se llama dejación. Lisa y llanamente, lo contrario del tópico imaginado.

No se trata en estos casos de problemas de autoritarismo, sino de no ejercer la autoridad razonable que comporta el cargo directivo, la cual, en buena parte, justifica el sueldo superior que se percibe.

Cuando hay que llamar al orden, exigir el cumplimiento de compromisos adquiridos, o simplemente, enfrentarse a los que buscan exclusivamente su propio beneficio en detrimento de los demás, más de un jefe o jefa miran para el otro lado. A ver si pasa el mal tiempo.

Ciertamente, es una incomodidad tener que discutir con los irresponsables, los desconsiderados, los que perjudican el buen hacer de sus compañeros. Pero esas molestias van con el cargo. Y ese cargo es un trabajo ejecutivo, no un “honor” ni una medalla.

Es fácil dirigir un velero cuando sopla viento favorable, brilla el sol, el mar está precioso y los delfines saltan gozosos por doquier. Pero resulta que la vida es dura y a veces hay oleaje, tormenta o vendaval… incluso tiburones. ¡El capitán no puede entonces irse a tomar unas copas!

Sinceramente, casi que me da más rabia un jefe perezoso que un trabajador negligente.

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