BusmeridianabcnCuando mi madre estaba en el hospital, mi padre me dió la targeta rosa que estaba a su nombre. Ten, me dijo, aprovéchala tú, porque ella ya no podrá hacerlo.

La targeta rosa era para acceder gratuitamente o con descuento a la red de transportes metropolitanos de Barcelona.

Yo, que nunca me había colado en el metro ni en el autobús, no supe resistirme a la tentación y me quedé la targeta rosa de mi madre, con la intención de empezar a usarla inmediatamente. Salí del hospital y tomé el autobus hacia mi casa. Iba lleno y me coloqué en el fondo.

Jamás, en toda mi vida, había coincidido con ningún revisor en el autobús. Pues bien, ¡precisamente el día en que cometo una infracción, sube una pareja de revisores y empiezan a pedir el billete a todos los pasajeros!

Me recorrió un sudor frío de vergüenza, mientras iba pensando cómo librarme del apuro. Uf, aquel día la suerte estuvo de mi parte. Los revisores se detuvieron justo un asiento delante del mío, interrogando a una señora que viajaba sin billete.

Ese fue el momento privilegiado en que me levanté despacio, con elegancia, y me dirigí a la puerta más próxima, aprovechando que el autobús iba a hacer una parada. Al bajar, entendí lo que había pasado como un aviso divino, como una lucecita de alerta acerca de lo que no debía siquiera haber intentado.

Pues bien, hace pocos días, justo al volver de la Carrera de l’Escola de Treball, después de correr sus 5 km a una velocidad superior a mi promedio, contenta y orgullosa de mí buena forma, otra lucecita de alerta vino a bajarme los humos y poner las cosas en su lugar.

Abrí un sobre grande, a mi nombre, del ayuntamiento de Barcelona. ¿Qué querrán?… Era una invitación amable y simpática a que solicitara formalmente mi targeta rosa… puesto que pronto voy a cumplir 60 años.

Estuve unos minutos fuera de combate. ¡Ostras, es verdad, tengo ya casi 60 años!

Si  el aviso de hace años fue divino de verdad, Dios se tomó su venganza conmigo… ¿Te crees muy joven? ¡Toma targeta rosa!

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