Esta tarde, en la puerta de la escuela, Adela recogerá no solamente a su hija, sino también a uno de sus compañeros de clase. Su mamá tiene que ir al médico y su papá no puede faltar al trabajo.

De manera que Adela llevará a su casa a Martina y a Ahmed, merendarán juntos, jugará con ellos y les ayudará a hacer los deberes, si tienen. Otras veces ha sido al revés: era ella o su marido quienes no podían recoger a Martina y han confiado en Fátima.

Y también Eduardo, el abuelo de Tito, se llevará a su casa a tres o cuatro niños de los cuales sólo uno es su nieto.

Todos tenemos historias como éstas que contar de nuestro paso por la escuela. Y con el tiempo hemos aprendido a valorar lo que nos ha aportado la colaboración y complicidad con otras familias.

Hay muchas razones educativas y sociales por las cuales apostar por estas redes informales de familias que se apoyan en lo que necesitan. Y lo cierto es que la escuela ofrece muchas posibilidades para tejerlas.

Para nuestros hijos e hijas sus compañeros de clase son una pieza importantísima en la construcción de su personalidad. Conocerles y apreciarles, a ellos y a sus familias, también nos ayudará a ser mejores padres y madres.

Sin embargo, apenas hablamos en la escuela de estas redes informales. Y como todos sabemos, aquello que no tiene nombre, no existe o no se valora.

Las familias tenemos presencia en la escuela a nivel individual, como madres y padres de un niño o niña, y también tenemos presencia colectiva y organizada a través de la asociación de madres y padres.

Pero lo que está en medio, o sea, los colectivos de familias que se apoyan educativamente en cosas concretas, constituye una participación invisible.

¿Quieres leer el artículo entero, publicado por el Periódico Escuela? Aquí está: Redes informales

 

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